Page 167 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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haciendo lagrimear a los pasajeros y manchando

               todo de tizne.

                      «Ayer  me  pareció  oírle  decir  que  alguna  vez


               trabajó en la pampa», dice ahora la quiromántica,

               sin dejar de abanicarse y soplarse el escote. «¿En

               qué oficina fue?».


                      «En Iris».

                      «¿De músico?».

                      «No, de patizorro».

                      «¿Y  por  qué  se  fue,  si  se  puede  saber?»,


               inquiere la mujer en un tonito que quiere parecer

               displicente.

                      En  un  gesto  que  puede  ser  de  calor  o  de

               encocoramiento,  Lorenzo  Anabalón  se  afloja  un


               poco el pañuelo del cuello y voltea la cabeza con

               desgano hacia las dos mujeres sentadas enfrente

               suyo. Primero mira a la madre de la quiromántica


               (la  anciana  con  aire  de  animita  en  pena  sigue

               sumergida  en  su  tejido  celeste),  luego  la  mira  a

               ella, la mira profundamente a los ojos (en verdad

               el parecido físico con Uberlinda Linares le resulta


               increíble) y responde suspirando:

                      «Por una mujer».

                      Al  girar  de  nuevo  la  cabeza  y  volver  a  su






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