Page 88 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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no perder la calma, levantando la vista hacia el cielo
con resignación, el hombre aguarda por otro instante,
aunque más corto que los anteriores, y, con el puño
ahora en forma de martillo, en una sucesión de golpes
mucho más potentes y seguidos, vuelve a tocar. Casi
sin pausas, apisonado por el sol, toca una dos, tres
veces más. Con la cabeza gacha, una mano apoyada en
el marco de la puerta y la otra en el hueso de la cadera,
se queda un momento en la actitud de querer captar
algún ruido: sólo se oyen el silencio y el crepitar de las
calaminas ardientes. La casa, la calle, el mundo entero,
parecen como sumergidos en una milenaria siesta de
arqueología. Ni siquiera la negrura de un jote tizna la
pavorosa luminosidad del cielo. Con golpes rudos,
rápidos, sin detenerse a esperar resultados,
desencantadamente, el hombre vuelve a insistir. Tras
aguardar por otra eternidad de segundos, con ademán
ansioso, turbado el semblante, se pone a hurgar en los
bolsillos de su vestón hecho jirones: junto a unos
granos de arena quemante, extrae un cortaplumas
herrumbrado y un par de fichas de caucho (una vale
por un hectolitro de agua y la otra por una palada de
carbón). Deja caer la arena por entre los dedos, repone
las fichas en el bolsillo y usando el objeto de metal a
guisa de aldaba, vuelve a la carga. Implorante, sin
ninguna clase de escrúpulos, el hombre golpea y
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