Page 139 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               y de caza: natural. ¿Que no eran gente de su rango? Bueno; pero eran más honrados y más
               agradecidos y más leales. Por lo menos, de entrada.
                     Los  Grandes estaban corrompidos como el rey, y eran fines de raza  como el rey.
               Castilla requería sangre limpia e ilesa. Castilla y él, ¿o no lo cree su alteza? Las dinastías se
               agotan, ya se sabe.
                     Por descontado, ay, el amor no tiene por qué ser correspondido, o  no siempre; la
               verdad, casi nunca.
                     Quizá es más nuestro lo que no acabamos de conseguir del todo...
                     He oído que Beltrán de la Cueva, el marqués de Villena y Miguel Lucas andaban a la
               greña, celosos no del amor del rey, sino de sus favores y sus dádivas. Yo ni quito ni pongo.
               Yo ni entro ni salgo.
                     Yo me vine del Norte por respirar más hondo. Y que allí, alteza, sólo se pueden pintar
               santos. Aquí hay casas y señores y ropas de más lujo. Y está la luz, que ya sé bien que
               nadie es capaz de pintarla; pero de verla, sí. Y el verde de los campos, y las flores. Aquí
               está todo.  A mí, con  el permiso  de su alteza, no me extraña que quieran quedarse con
               Granada. Yo de política no entiendo, ni me gusta. Y de guerras, tampoco. Lo que se dice ir a
               la guerra, no he ido nunca. ¿Qué pinto yo en la guerra? Yo pinto, como ahora, en la paz. Y
               en la serenidad. Pero lo de Granada lo entiendo, porque es un vergel. Es el jardín de Dios,
               alteza: todo el mundo la quiere. Si es Jaén, con su monte morado, y da alegría verlo, cuanto
               más esa ciudad rendida (perdón, quiero decir recostada), que parece que le han puesto un
               marco para que resulte más hermosa.  Yo no la he visto, pero de  ningún modo querría
               morirme sin verla... Bueno, una vez sí que estuve en una batalla, en Lacalahorra, por lo que
               llaman el Cenete; pero yo no intervine.
                     El condestable, que se empeñó en que lo acompañara. Como su mujer no iba... Su
               alteza me preguntará:
                     ’¿Y qué tiene que ver que su mujer no fuera?’ Es que no sé ni lo que digo... (Si este
               retrato sale mal, alteza, no será culpa vuestra, sino mía. Tan sólo mía, porque hay que ver
               qué facciones y qué mirada y qué boca y qué todo. Y qué color de piel, entre el nardo y la
               aceituna: difícil, raro, pero qué color.  No sé si atinaré con ese tono que va del verde al
               negro; va, pero vuelve; de vuestros ojos hablo. ¡Ahora!, señor, ésta es la luz.) Yo, si no os
               molesta, prefiero hablar un poquito mientras  trabajo.  Aunque no me distraigo  de lo mío,
               ¿eh? Y lo mío es pintar.
                     Lo demás son entretenimientos, formas de no llorar; o formas de llorar, qué sé yo...
               Pues, como os iba contando, el condestable siempre fue fiel y leal a su alteza don Enrique.
               Dicen que él se quejaba:
                     ’A mi alteza, sí; lo que es a mí, no tanto.’ Él lo hizo condestable del Santo Reino; él le
               servía de comer por amor delante de la corte, que se ponen los pelos como cabetes sólo de
               pensarlo, qué pasaría hoy día si alguien lo hiciese... Pero el condestable se le escurría, no
               quería verlo, lo rehuía. Es como si lo hubiera aborrecido. Y el asunto es que lo aborreció;
               muchas veces hasta se hería él solo para tener la excusa de no acudir a sus llamadas. Y
               eso que cuando yo aparecí, ya el rey estaba mirando hacia otro lado...  En la  corte se
               murmuraba; ¿de quién no se murmuraba en esa corte?  Que si  Miguel  Lucas le había
               regalado a su preferido Martín Mirones el palio que el rey le regaló a él el día que entraron
               juntos en León; que si, ya condestable, recibió en Bailén con palmas y con ramos a mosén
               Juan de  Fox, embajador de  Francia, que era pulido y  mancebo...  Habladurías y  malas
               condiciones. Hay quien nada más por tañer la cítara y cantar es señalado... Yo me esfumé.
               A mí me da lo mismo. Yo me vine para quitarme de preocupaciones. De cualquier forma, no
               pienso yo que Dios quisiera hacer el mundo como un valle de lágrimas. Ay, qué mal saben
               la Historia los que no la han vivido; ni quienes la vivieron la saben como fue... Ya da igual.
                     Aquello se acabó. Qué sosiego poder hacer lo que a uno le da la gana sin molestar a
               nadie, y sin que nadie lo moleste a uno. Por eso digo lo que digo de Granada.
                     No sólo porque sea una ciudad hermosa en un paisaje hermoso, sino porque allí se
               vive como deben vivir los hombres: haciendo su santísima voluntad, y aquí paz y después
               gloria. Gloria, o lo que sea, pero después... No sé si me explico. No sé si ya os he dicho que

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