Page 134 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               entendía bien, y se comprometió a no robar cosechas ni asaltar las plazas favorables a mi
               abuelo.  En la tercera entrada abordó la  Vega por  Alcalá la  Real; durante tres semanas
               entregó al pillaje las granjas y los pueblos de trayecto pero, en contra de lo que se había
               propuesto al principio, se resistió a comprometerse en una gran batalla.
                     La fogosa nobleza castellana murmuró y se quejaba, aunque yo creo que de dientes
               para fuera, frente a la nueva táctica de su rey, consistente en extenuarnos con acechanzas y
               agresiones menudas en una campaña pertinaz y sin gloria. Al retirarse, dejó al gobernador
               de Alcalá la misión de firmar una tregua con Mohamed XI “el Chiquito”, representado por
               Abdalbar; las condiciones fueron tan onerosas y fuera de lugar que parecían propuestas
               para publicarse en  Castilla: reconocimiento de vasallaje a través  de pesados tributos,
               libertad de dos mil cristianos en cuatro años, cesión de lo conquistado desde la muerte de
               Juan  II, y  obligación  de un servicio militar a  Castilla.  Ante tal política de jactancia y
               bravuconería, las cosas se dejaron como estaban.
                     Mi abuelo entró en  Granada secundado por los del interior de la ciudad; dentro ya,
               prosiguió las negociaciones con el mariscal Diego Fernández de Córdoba, conde de Cabra.
               [Padre del  que luego  se apropió de las banderas en la batalla de  Lucena.]  Era un  buen
               amigo suyo y, en ocasiones, compañero de armas; el hecho era habitual todavía en aquel
               momento, en el que se peleaba como una cansina costumbre secular, y en el que, como
               todo lo inevitable, el estado de guerra se había incorporado a nosotros y a toda nuestra vida.
                     Pero las tensiones de la situación —más las interiores que las exteriores—
               preocupaban a mi abuelo Sad. Un nutrido grupo de partidarios de “el Chiquito”, ya anciano,
               lo llamó para introducirlo en Granada. Él se puso en marcha a través de la sierra; mi padre,
               advertido, le tendió una emboscada, lo condujo a la  Alhambra, lo convidó a cenar en el
               Palacio de los Leones, y lo degolló con su propia espada. Al mismo tiempo mandó asfixiar a
               todos sus hijos con las servilletas de la cena. No tardaría mucho en tomar por esposa a su
               mujer, en quien me tuvo a mí.
                     Entonces se verificó la cuarta entrada de Enrique Iv. Pretextó para ello que mi abuelo
               había roto la tregua tácita, como si tal figura existiese cuando hasta las expresas y bien
               ratificadas se rompían. Tomó el castillo de Solera, conquistó Estepona, sembró la Vega de
               estropicios. Camino de Gibraltar, consiguió que los defensores de Fuengirola se refugiasen
               en el castillo, y los cercó.
                     Cerca ya de la Roca, salió a su encuentro Aben Comisa al frente de una tropilla, le
               rindió homenaje y —sorprendentemente: Aben Comisa siempre estuvo lleno de recursoslo
               invitó a cazar leones en África. (Parece que la caza era la única afición de ese rey, si se
               exceptúan los hombres.) Como era de esperar, las tribus del Rif, es probable que ni siquiera
               avisadas, lo recibieron tan mal que regresó a Tarifa y después a Sevilla.
                     Entretanto, mi abuelo, dedicado a  las escaramuzas, había hecho un avance hasta
               Jaén. En agosto la Vega fue otra vez devastada, y en octubre, al volverse las tornas, mi
               abuelo se vio empujado a aceptar una tregua de cinco meses, mediante el pago de cinco mil
               doblones de oro y la libertad de seiscientos cautivos. (La llamada reconquista desaparecía
               como ideal político para convertirse en un negocio que podía resultar, según los casos y
               quien lo emprendiera, ruinoso o  saneado.)  En los primeros días de 1457,  Enrique  IV
               convirtió Jaén en una plaza de armas, e hizo su quinta entrada. Conquistó Illora, Huéscar y
               Loja; pero hubo de retirarse ante la abulia de sus tropas y la propia. Mientras, en Castilla, la
               oposición de los nobles trasladaba a un segundo plano la guerra de Granada; hasta Fajardo
               “el Bravo” se rebeló. Los granadinos llegaron de nuevo hasta las puertas de Jaén, y el rey
               delegó en el conde de Cabra la firma de una tregua hasta el 61.
                     El verano del 62 se abrió con alguna ventaja para los castellanos;  pero mi padre
               triunfó pronto en la batalla del Madroño, no lejos de Estepa, sobre Ponce de León, el hijo del
               conde de  Arcos que  luego sería  marqués de  Cádiz, y sobre  Luis  Pernía, gobernador de
               Osuna. El condestable del Santo Reino, Miguel Lucas de Iranzo, atacó el castillo de Arenas
               y fue derrotado; pero en julio puso a sangre y fuego Aldeyra y Lacalahorra, y regresó a Jaén
               cargado de prisioneros y riquezas, no sin antes tener un duro encuentro con el que más
               tarde sería mi suegro,  a quien le unía bastante amistad  y un respeto recíproco. [En esa
               expedición iba  Millán de  Azuaga,  el pintor,  supongo que  orgulloso de sí mismo y de su

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