Page 175 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               las flamantes generaciones de príncipes, tan andaluces o más aún que sus propios padres
               fueron.

                     “La realeza está ahora en el manejo de gruesos libros; deja, pues, de acaudillar
               ejércitos.
                     Da las vueltas rituales alrededor del pupitre, para besar la Piedra Negra, y vuelve a
               ella para despedirte de las cátedras.
                     Marcha contra las huestes de los conocimientos para someter al sabio que combatirá
               contigo.
                     Golpea, como si fueran lanzas, con los cálamos: conseguirás una gran victoria sobre
               los tinteros de las escribanías.
                     Maltrata con el cortaplumas del escritorio, en vez de con la tajante espada corta.
                     Si se habla de los más grandes filósofos, ¿no eres tú Aristóteles?; si se habla de Al
               Jalil, ¿no eres tú gramático y poeta?; por lo que respecta a Abu Hanifa, no es su opinión la
               que se adopta estando tú presente.
                     ¿Qué importan Hermes, Sibaway, ni Ibn Fawrak cuando inicias tú una polémica?
                     Todas esas nobles cualidades tú las reúnes, ¿no es cierto?  Pues sé entonces
               agradecido a quien te cuidó; permanece en tu asiento, ya que estás bien alimentado y bien
               vestido.
                     Pero pregúntate, por lo menos, si es que no hay otros títulos de gloria.”

                     Y leí después la respuesta que al Radi, conmovido por el tono festivo pero amargo del
               poema, le dio a su padre el rey:

                     “Aquí me tienes, señor. He renegado de cuanto contienen los gruesos libros.
                     He mellado el cortaplumas del escritorio, y he roto los cálamos.
                     Ahora sé que el título de rey se adquiere entre los hierros de las lanzas y entre las
               anchas hojas de los sables.
                     La gloria y la grandeza no se alcanzan sino en el encontronazo de un ejército y otro,
               no en el encontronazo de una opinión con su contraria, cuyos vestigios son perecederos.
                     Creí, por torpeza, que ellas eran la principal peana del esplendor, pero no son más
               que sus ramas secundarias: la ignorancia es una excusa para el hombre.
                     Porque el joven no adquiere la nobleza más que con una cimbreante lanza y un sable
               de hoja corta.
                     He huído, señor, de aquellos que nombraste, y niego ya que fuesen grandes
               hombres.”

                     Repetí, muy despacio, el penúltimo verso:

                     “... el joven no adquiere la nobleza más que con una cimbreante lanza y un sable de
               hoja corta...”

                     Las palabras quedaron un instante, temblorosas, en el aire.
                     Moraima levantó la cabeza.  Ya no lloraba.  Me miró frente a frente, adivinando la
               magnitud de mi recado. Yo bajé los ojos con desaliento. Ella hundió —lloraba de nuevo— su
               cabeza en mi pecho. Y murmuró:
                     —Que sea lo que Dios quiera, Boabdil; pero que Dios quiera para los dos lo mismo.




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