Page 170 - El manuscrito Carmesi
P. 170

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Pero ¿existió? Según mis lecturas, contaba más de setenta años cuando vino. ¿Qué
               caudillo, con esa edad, se arriesga a tal empresa? ¿De dónde obtuvo sus ejércitos, aun tan
               reducidos como se asegura? ¿No son idénticas sus hazañas a las que narran las leyendas
               atribuidas a cualquier arráez, una y otra vez, cambiando sólo el nombre? De existir, Muza
               habría sido un santón o un predicador, enviado quizá por el califa de entonces, o por las
               cofradías musulmanas más próximas, para intervenir a favor del  Islam en las guerras
               religiosas entre trinitarios y unitarios; pero es tan increíble que aun eso lo rechazo.
                     ¿Y quién fue Abderramán I “el Emigrado”? Se dice que un omeya que escapó de la
               matanza de los  abasíes.  Sin embargo, nadie se refiere  a los caudillos “invasores” que  lo
               antecedieron; no hay ningún héroe con nombre árabe antes que él; nadie ha participado en
               batallas ni en triunfos. ¿Cómo es esto, si con razón se dice que los árabes son imaginativos
               e hiperbólicos? Y, si no hubo invasión árabe, ¿qué hacía aquí, en el extremo Occidente, un
               omeya? ¿A qué venía? ¿Se significa tanto alguien que huye? ¿Qué representa su árbol
               genealógico?  Según él, descendía  de  Mahoma: ¿y qué jefe musulmán no?  Somos muy
               inclinados a añadir ramas donde anidar a tan sagrado árbol: mi familia es una prueba.
                     Si a Abderramán se le emparentó con los omeyas, ¿por qué hubo de guerrear durante
               treinta años contra todos los “árabes invasores”, sin que nadie cayera deslumbrado ante su
               sangre y su progenie?  Y cuantos lo describen, lo describen germánico: pelo rojizo, piel
               blanca, ojos celestes; con los mismos caracteres que transmitió a  sus sucesores.  Para
               explicar lo inexplicable, a alguien se le ocurrió que su madre sería de raza beréber; pero,
               ¿qué hacía en Damasco una beréber teniendo hijos omeyas?
                     Muy despacio se instaló la cultura árabe; más despacio aún, el idioma: los primeros
               Abderramanes no lo hablan, ni sus ministros, ni sus favoritos, y a quienes lo hablan se les
               llama árabes sin serlo; y más despacio aún, la religión: hasta Abderramán II el Islam pasa
               inadvertido, y Eulogio, obispo de Córdoba, no se entera de quién era Mahoma sino en el año
               850, y en el monasterio de Leyre, en Navarra. Y además al Islam se le dio en Andalucía una
               versión muy peculiar; abierta y comprensiva,  proveniente de una mezcla de islamismo  y
               arrianismo, fue una serie de preceptos de integración social, cuyo equilibrio rompió la
               llegada de los almorávides africanos, que los ataques cristianos forzaron a llamar: tal llegada
               provoca el principio de la decadencia andaluza, e incoa el dogmatismo ortodoxo, enemigo
               de la belleza y de la ciencia. (Y, por añadidura, con cuánta ligereza emplean los cronistas la
               expresión “árabes de África”. El caudillo almorávide Yusuf —en el siglo XII ya— no hablaba
               aún el árabe; cuando  los gráciles  poetas de  la corte  sevillana lo reciben con elogios y
               versos, no los entiende; su respuesta es clara: ‘No sé lo  que me dicen, pero sé lo que
               quieren: pan; que les  echen de  comer.’  He ahí un triste símbolo  de todo cuanto digo.)
               Pasado que fue el tiempo, a los historiadores de uno y otro bando les convino creer y hacer
               creer en una contundente invasión.  A los cristianos, la  irresistible fuerza del invasor los
               excusaba del hundimiento, ‘debido a sus pecados’; a los musulmanes los glorificaba la
               portentosa rapidez de la conquista.
                     Pero eso no se escribe hasta el siglo IX; son datos inventados: unos vienen del Sur,
               por Egipto; otros, del Norte, por la crónica de un Alfonso III que, entre otros dislates, cuenta
               que en Covadonga, donde germina la primera reacción, murieron por milagro de Dios, que
               reajustó sus preferencias, cerca de trescientos mil árabes: milagro había de ser, puesto que
               ni había árabes, ni en aquel valle caben más de cinco mil personas. Qué torpe o qué ciego
               es el hombre cuando decide aceptar como ciertas las consejas que le favorecen, y destroza
               las pruebas que las desmentirían.  Todo este prolongadísimo proceso de asimilación  y
               digestión, según esas consejas, se consumó en tres años; su contraofensiva, pese a ello, ha
               durado ocho siglos, y Dios quiera que siga.
                     Para saber quiénes somos de veras hay que mirar mejor. La cultura y la arquitectura
               andaluzas  —como demuestra esta mezquita de  Córdoba— son las  premusulmanas, con
               influencias de lo que luego se consideró lo mejor: lo oriental, heredero del legado bizantino y
               del persa. Los árabes, gente del desierto, desconocían la navegación y el refinamiento y las
               hermosas construcciones (habitaban en tiendas sobre  arena), y su misión era la de
               convertir, no la de transmitir culturas que los superaban.




                                                          170
                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   165   166   167   168   169   170   171   172   173   174   175