Page 166 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               el convencimiento de que es ella la que manda aquí. En todo; hasta en su esposo, que, tan
               grandullón e hirsuto como es, se transforma ante ella en un perrazo inofensivo.

                     (Y hablando de perros: “Hernán” ha venido, a petición mía, con nosotros. Fue tal el
               susto y la indefinible tristeza que  vi en sus  ojos al montar a caballo que me pareció
               inhumano separarlo de mí.
                     Las dos mujeres —Moraima y Zahira, la concubina de los ojos azules— viajaban en
               una litera; a ratos, con ellas viajó también “Hernán”.  Pero sufría y  sacaba la cabeza sin
               descanso para comprobar que yo no lo había abandonado, y que delante, o atrás, o al lado
               de ellas, proseguía el viaje junto a él; era preciso dejarlo bajar de la litera, y entonces él,
               jadeante y feliz, galopaba junto a mi caballo.
                     Estoy seguro de que ahora “Hernán” también cree en los milagros.)

                     Como de pasada, he mencionado ante el conde la existencia de un doble mío en el
               ejército cristiano.
                     El conde, sin afirmarlo ni negarlo, ha mirado por la ventana.
                     —En la guerra todo es lícito —ha dicho en seguida.
                     Estos hombres piadosos son, por lo que veo, malos enemigos. Con una extemporánea
               admiración, ha añadido:
                     —Nuestro rey es un gran estratega.
                     Luego, sin embargo, me ha dado a entender que conocía la existencia del segundo
               doble, el de mi madre. Está, pues, muy al tanto de lo que sucede en mi Reino, lo que prueba
               la profusión y la eficacia de sus espías. Pero no creo que sus informes sean tan verídicos
               como si proviniesen de su pariente don Gonzalo de Córdoba. En primer lugar, porque no me
               fío del conde; en segundo, porque presumo que tiene menos referencias de primera mano.
                     En cualquier caso, lo que él cuenta reviste cierta verosimilitud. Dice que Boabdil, el de
               mi madre, a través de sus partidarios ha ganado para su causa buena parte del Albayzín,
               compuesta de gente instruida y de campesinos; en una palabra, de ciudadanos deseosos de
               vivir en paz, sea quien sea el que ostente el poder. Por el contrario, los barrios de la ciudad
               han permanecido fieles al “Zagal”.  Se ha desencadenado, según  el conde, una feroz
               pendencia entre  unos y  otros.  Y los granadinos, desde las alturas  de la vieja  alcazaba
               Cadima, han disparado sin piedad contra el  Albayzín.  Me  estremece que para esto haya
               servido la más antigua de las fortalezas, anterior incluso a los nazaríes; que haya sido usada
               para que unos hermanos aniquilen a otros. Siento una indecible pesadumbre al saber que,
               en torno a mi nombre, se derrama nuestra propia sangre.
                     Me informa el conde que la lucha ha sido desigual:  los  partidarios  de  Boabdil eran
               muchos menos, y muy  inferior su fuerza: sólo contaban con sus manos y algunas armas
               improvisadas y caseras.
                     Boabdil —es decir, mi madre— había prometido comparecer para exaltar a sus
               adeptos, y también un refuerzo; pero ni él ni el refuerzo han aparecido. Se conformó con
               enviar continuos mensajeros alentando a la resistencia.  Mientras él  permanecía en  Loja,
               donde en estos momentos reside. Me desespera decepcionar a quienes me aman hasta a
               través de unos representantes impostores.

                     La negociación entre albayzineros y granadinos se ha hecho, por lo visto, inevitable.
               Se ha encomendado a los alfaquíes, que  son los principales defensores de mi tío en
               Granada, aunque una mínima parte de ellos aún sostiene mi bandera. El resultado es que
               mi madre —quiero decir yo mismo, o mejor, el falso Boabdil—, imposibilitada de hacer otra
               cosa, reconoció como soberano de la Alhambra y de Granada a mi tío. A cambio, por el
               acuerdo, ha consolidado su poder y sus posesiones en la parte oriental del emirato, con Loja
               por cabeza, de donde no se mueve mi doble, mientras mi madre y Aben Comisa han salido
               hacia Vera.


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