Page 161 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     —Uno se queda perplejo viendo a una mujer —dice— ocuparse directamente de los
               planes de campaña, votar entre los más viejos y experimentados capitanes, tratar de tú a tú
               con ellos, y encauzar los preparativos con un conocimiento que con dificultad habrían
               alcanzado los guerreros de los tiempos antiguos. Ésta es la novedad que marca de un modo
               más visible lo que se aproxima o está ya entre nosotros; esto es lo que no nos va a permitir
               fracasar, señor, si me  perdonáis que os lo diga.  Después de todo  —se excusaba—, los
               resultados  están en las manos de  Dios, cuyos caminos son misteriosos y sus juicios
               inescrutables.
                     Yo admiraba y envidiaba cómo se unen en él la galanura con la autoridad.
                     —El valor ciego —añade— no dirigirá más las operaciones bélicas como hasta ahora
               ocurría; la fuerza será sólo el instrumento de la previsión y de la inteligencia.
                     La guerra de Granada, de ello estoy convencido, ha inaugurado una escuela donde se
               estudiará y ensayará el arte militar para otras empresas aún más difíciles que se nos
               preparan.  Aquí van a formarse soldados que  serán el espejo de todos y el adorno de la
               milicia universal.  Porque nada se fiará a la casualidad, y el azar va  a ser nuestro primer
               enemigo.  Existe un plan bien pensado que habrá de respetarse, y que, junto a la labor
               diplomática del rey, nos conducirá al triunfo. Sé que es duro, señor, que venga un capitán
               cristiano a hablaros de estas cuestiones; pero estimo que son las que más os interesan, y
               también que el compañerismo y la cortesía no están reñidos con los puestos, muy superior
               el vuestro al mío, que ambos ocupamos en esta contienda. Entendedlo como una prueba de
               mi respeto y de mi confianza en  vos, que sois distinto  de los sultanes anteriores; mi
               presencia aquí y el contenido de nuestra conversación no tienen otro objeto.
                     Luego, a raíz de mis preguntas —no sólo curiosas,  sino aturdidas por sus
               respuestas—, me expuso, con naturalidad, sus ideas y sus aspiraciones.
                     —Se trata de aplicar a la conquista del reino de Granada las mismas reglas que sirven
               para tomar una sola plaza fuerte. En primer lugar, hay que cortar sus comunicaciones y los
               posibles socorros exteriores, para reducir al enemigo a sus propias fuerzas y recursos.
                     Os pido una vez más perdón —se interrumpió con una leve sonrisa—.
                     Nosotros, señor, jugamos con la ventaja de reñir la batalla en campo ajeno: él será el
               que más sufra; en cambio, se nos exige, o  nos hemos de exigir, no improvisar, sino
               proveernos de antemano. El disminuir cuantos bienes les quedan a los granadinos en su
               propio territorio es una cuestión esencial para nosotros, sobre todo en un país de tanta
               población y tantas necesidades como el vuestro. (Dispensadme que hable de los granadinos
               como si vos les fueseis ajeno; lo hago para mayor comodidad: así tendrán un tono menos
               ácido nuestras reflexiones.)  Es precisa, pues, la triste misión de destruir como  se venía
               haciendo; pero ahora con norma y con sistema: hay que talar los bosques, asolar molinos y
               cosechas, cegar pozos, arrasar cualquier otro medio de  subsistencia.  Ya desde nuestra
               segunda campaña acompañan al ejército no menos de treinta mil peones diputados
               solamente para estos menesteres. Porque la guerra se ha transformado en una cuestión no
               ya de escaramuzas y guerrillas, sino de asentamientos y de sitios, y la capital de Granada
               se ha de tomar como si fuese el cuerpo principal de la plaza a que antes comparábamos el
               Reino entero.  Sus defensas externas son las otras ciudades, los pueblos murados, los
               castillos, las fortalezas, las atalayas y las torres.  Hay que ir ganándolas para acercarse
               paulatinamente al destino final, es decir, a la ciudadela,  que aquí es  Granada misma  y,
               dentro de ella, a su corazón, que es la Alhambra.
                     Yo, ante su fría precisión, preferí descansar un momento y le interrogué sobre la reina.
               Él sonrió.
                     —La reina se encarga de la fábrica de municiones, de los acopios  de pólvora  y
               madera, de lo referente a la intendencia, de lo referente  a la recluta del ejército y de la
               estabilidad de nuestro lado de la frontera, que no debe perturbar la marcha de la guerra. Esa
               marcha ha  de ser más o menos lenta, pero ininterrumpida.  También  se atarea en lo que
               atañe a la rapidez de las comunicaciones, para lo que ha mandado instalar un sistema de
               postas. Y, por si fuera poco, cuando estuve en Vitoria con motivo de la recompensa que se
               otorgó a vuestros aprehensores, la reina expidió allí una provisión sobre el modo en que han
               de cooperar con nosotros las fuerzas marítimas, para barrer las costas africanas e impedir el
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