Page 158 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               sus tropas.  Cayó así en el garlito, porque  el auténtico grueso del ejército cristiano se
               apostaba en Ronda, que domina y sostiene todas las poblaciones nazaríes hasta la costa,
               pero de la que ya escribió Ibn al Jatib que los enemigos le tenían cogido el fleco de la túnica.

                     A Ronda la defendían sus numerosos habitantes, reforzados por los gomeres, y, sobre
               todo, por su situación.  El día 8  de mayo la vanguardia castellana, capitaneada por el
               marqués de Cádiz, avistó la ciudad, de pie sobre sus farallones, blanca y cerrada, atractiva
               como ninguna otra para cualquier consquistador, precisamente por su larga historia de
               tentativas malogradas. Los continuos disparos de la artillería sitiadora, para la que no estaba
               prevenida,  desmantelaron el día  17 sus murallas.  Y el 19 cortaron los asaltantes el
               suministro de agua, con lo que se sumó al cerco la terrible amenaza de la sed en un mes de
               mayo caluroso. Dos días más tarde, el visir Ibrahim al Hakim destacó un parlamentario con
               la propuesta de la rendición. Fue la contumacia de los cristianos y su inconmovible propósito
               de no moverse de allí lo que más influyó en el ánimo de los sitiados.  El visir  obró con
               cordura para evitar una mortandad inútil, aunque muchos  de los que  no eran vecinos de
               Ronda, y estaban por  tanto libres  de sus angustias, opinen lo contrario.  El día 20 mayo
               Ronda capituló.  Por  consiguiente, capitularon las  aldeas de  la  Serranía y  Marbella.  La
               resistencia nazarí por la frontera occidental, había sido, desde ese punto y hora, aniquilada.
                     Con qué sucintas líneas se puede describir una caída mortal.
                     En ellas no se incluye el pavor de la gente ante su futuro, ni el hambre y el llanto de
               los niños, ni la sangre, ni la negra viudedad de las mujeres, ni la vejación de los varones, ni
               el abatimiento de los responsables, ni el hundimiento de todos. Las crónicas dirán ‘Ronda
               fue conquistada’, o ‘Ronda fue perdida’, según quien las escriba; en esas tres palabras se
               comprendía todo el dolor de un mundo.

                     Rabioso por el engaño, mi tío “el  Zagal”, que no tuvo ni tiempo de  confortar a  los
               sitiados, destruyó un destacamento que se  proponía aprovisionar  Alhama, y  clavó en
               venganza las cabezas cristianas en picas, para enardecer a sus huestes, desalentadas por
               la pérdida de  Ronda  y  todo su espeluznante significado.  Se encaminó luego a  Granada,
               donde fue recibido en triunfo. Él conoce, sin embargo, mejor que nadie, lo comprometido del
               momento. Los gobernantes a menudo deben aceptar el laurel y el aplauso para no deprimir
               a sus súbditos, a sabiendas de que con ello les hacen concebir nefastas ilusiones. Pero,
               para un enfermo condenado a muerte, ¿qué es mejor: anunciarle con cruel franqueza su fin,
               o vivificarlo hasta que llegue lo que fatalmente ha de llegar?  No siempre es la verdad la
               mejor arma.
                     También  Soraya, en la  Alhambra,  estaba a la perfección al tanto del conflicto.  Dos
               días antes, previendo la llegada del “Zagal”, había enviado en secreto a su marido el sultán
               a  Salobreña, por si su salud mejoraba con la proximidad del mar, el blando clima y la
               separación de acucias y presiones. Abul Kasim Benegas, el visir, que no contaba ya con el
               valimiento de la  sultana y que vaticinaba  cortos la vida y el reinado  de mi padre, había
               promovido, pagándolos, algunos motines populares. En ellos se solicitaba la abdicación del
               sultán, para congraciarse con quien lógicamente debería sucederle. No obstante, mi tío no
               aspiraba en apariencia a la corona; aunque el pueblo entero reclamaba un rey joven,
               enérgico, decidido y capaz de ir en persona al frente de las tropas.
                     Soraya, al borde de ver abortada su ambición, hizo un desesperado intento. Forzó a
               mi padre, antes de retirarse a Salobreña, a abdicar en su hijo mayor, un niño aún, dejando
               en manos  de ella  la regencia.  Pero unos  cuantos delegados de  Abul  Kasim  Benegas,
               fingiendo ignorar la ausencia del sultán, subieron a comunicarle el lamentable estado de la
               situación.
                     Soraya pretendió distraerlos; aludió a un pasajero malestar del sultán que lo retenía en
               sus alcobas, y solicitó un aplazamiento de la audiencia. Pero ante la porfía de los visitantes,
               desenmascarada, casi les insultó.
                     —Aún vive el rey legítimo, adornado con las glorias del emirato y orgulloso de haber
               hecho por Granada más que ningún otro de la Dinastía; está enfermo en la costa, y yo aquí

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