Page 157 - El manuscrito Carmesi
P. 157

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Mañana al alba sale para Cuenca.
                     Se va a vivir a casa de una vieja tía, que habita en una aldea perdida a la orilla del
               Huécar.
                     Mencía es huérfana; tenía la esperanza de conocer a un caballero fronterizo que la
               hubiese hecho su esposa. No ha sido así. Hoy Mencía lloraba y nada más.
                     El capellán, con la cara inflexible y el ruido de espuelas que lo anuncia, vino a
               recogerla, y se la llevó, entre sollozos, sin contemplaciones.
                     —Yo creo que la trasladan para evitar el roce con nosotros, y el excesivo afecto que te
               demostraba.
                     ¿No has visto el ceño del capellán?
                     —Sí, pero se la llevan por otra razón. Qué lerdos sois los hombres.
                     —No te entiendo —le he confesado a Moraima.
                     —Mencía está embarazada. Uno de los calatravos que estuvo aquí por las fiestas de
               Navidad la sedujo, o  quizá ella  a él.  Mencía se niega a decir quién es el  caballero,
               probablemente porque será casado. Y ahora su tío la devuelve a su tierra para que dé a luz
               a escondidas, sin duda fingiendo ser una cuitada viuda de guerra.
                     —¿Cómo puedes haber inventado semejante infundio? Los hombres seremos lerdos,
               pero las mujeres tenéis unas lenguas todavía más venenosas que ágiles.
                     —Si ese infundio lo ha inventado Mencía, no lo sé; pero es exactamente lo que ella
               me contó.
                     Nunca un  hombre acabará de conocer un alma femenina.  Lo que  entre ellas se
               trasluce, con meridiana claridad, de un parpadeo, de una manera de sentarse o de enhebrar
               la aguja, constituye para nosotros un secreto insondable.
                     De nuevo, y no por motivos del  todo diferentes, sale otro de mis compañeros del
               castillo. Me quedé sin el desventurado Millán de Azuaga —que, en efecto, fue quemado en
               Córdoba— y ahora me quedo sin Mencía. Por fortuna mi buen hado me ha traído a Marién.

                     Nasim el eunuco me envía, de tanto en tanto, un mensajero.  No  sé cómo se las
               arregla para hacerlo a escondidas de los dignatarios de la  Alhambra, y también de mis
               guardianes de Porcuna. Nunca se ponderarán bastante las argucias de un eunuco avispado.
               Nasim tiene la habilidad de resistir indemne en Granada y de satisfacerme aquí.
                     Sé que no  es fiel a ninguna de las partes, sino infiel a  las dos; pero, aun así,  su
               deferencia  nutre mis ilusiones de que no todo esté perdido.  Su mensajero trae consigo
               noticias escritas, no muy profusas, de cuanto acaece. Imagino que aligera lo que a mí me
               pudiese apenar. Yo lo suplo, sin embargo, cargando las tintas en lo que me parece lógico,
               aunque sea en contra mía, y sus mensajes me ayudan a sobrellevar este aislamiento.

                     Las crónicas, por llamarlas de alguna manera, que me  ha remitido en el mes de
               septiembre son alentadoras. Veo cómo van asentándose las cosas, conducidas de la mejor
               manera a su fin, que acaso sea el nuestro.
                     Desde la primavera, los cristianos no han echado pie a tierra, sin ocultar su prisa por
               asegurarse la dominación de todo el territorio. Los hechos colaboran con ellos: a partir de
               primeros de año, a causa de su debilitación, mi padre ha delegado sus poderes en mi tío “el
               Zagal”, cuya estrella brilla y se alza más cada día.
                     La campaña castellana empezó  en abril con unas operaciones secundarias: la
               ocupación de dos plazas fortificadas, Coín y Cártama, y la toma de los castillos de Almara y
               Xitinin.  Poco después, ante su acoso, se rindieron dos ciudades  situadas a  muy poca
               distancia de  Málaga, que es la más próxima ambición del rey  Fernando:  Campanillas y
               Churriana abren, en efecto, el camino hacia nuestro puerto primordial. Sin embargo, mi tío lo
               ha fortificado y se encuentra bien guarnecido, por lo que Fernando desistió de momento.
                     Pero sólo para urdir una trampa: planeó con sutileza un falso ataque a Loja, ciudad
               estratégica por ser la llave del camino de Granada, y logró que mi tío se dirigiese a ella con

                                                          157

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   152   153   154   155   156   157   158   159   160   161   162