Page 154 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Enarbola tu espada, y convoca y reúne a las gentes dispersas.
                     Un poco más, un poco más, ‘Zagal’, porque no sabemos el día ni la hora.
                     Para que todos triunfemos, triunfa tú sobre todos, porque eres el único que puede
               comparecer solo frente a Dios.’

                     Yo me desgañitaba en silencio, y en silencio en mi cárcel me desgañito y clamo:
                     ’Toda la fuerza que yo no tuve  nunca, todo el valor que fue siempre tuyo  sin
               esforzarte, manifiéstalo ahora. Hazlo y levanta tu arrebatador brazo.
                     Triunfa. Triunfa, y déjanos anonadados.
                     Porque sin ti no existe el Reino, y nada existirá si no lo salvas tú.
                     El día y la noche, sin ti, serán la misma cosa; sin ti, la vida y la muerte son iguales.
                     Defiéndenos: yo no soy ya capaz de defendernos.
                     He extraviado la ocasión y el sentido.
                     He llorado, y tú no; he aquí la oportunidad de demostrarlo.
                     Traicióname, ‘Zagal’, yo no valgo la pena: olvídame.
                     Desde aquel día junto al mar, en que yo confundí, de niño, el mar contigo, y antes aún,
               ‘Zagal’, no he valido la pena.
                     Traicióname, pero sé fiel a ti.
                     Olvídame, pero no olvides lo demás.
                     Mi pueblo y yo te lo agradeceremos.’

                     En silencio, en mi celda, me desgañito y clamo.
                     Vendrá quien venga.
                     Yo aquí nada tengo que hacer. Se ha terminado todo.
                     Habrían de acudir, con rostros exigentes, mis interminables antepasados a caballo, y
               todo habría concluido.
                     No se trata de que suceda algo distinto, sino de que la serie de los sucesos se acabó
               para siempre.

                     Luego aparecerán —déjalo, ‘Zagal’, olvídalo— quienes me digan:
                     ’Tú lo perdiste todo’: pero sólo yo sé lo que he perdido, y no lo diré nunca.
                     Cuando se pierde tanto no se dice, porque también se pierde la palabra y el ansia de
               quejarse, y el derecho a la queja, y la estatura y la luz y la madre y el agua y la sed y los
               ojos.
                     Y la vida también se pierde, y ya no importa.

                     Un pueblo viejo éramos y un pueblo joven a la vez, y ahora, ¿qué somos? Nada: un
               testimonio  que, sin alegría, se extingue poco a poco;  un subyugado, que no puede ser
               vencido porque no opone resistencia; una mercadería que sólo sirve para ser comprada, y a
               un precio muy barato...
                     Éramos un pueblo que sabía, y ahora somos un pueblo que no aprende; que no es
               viejo ni joven, sino triste.
                     No lloraremos sobre nuestros muertos, porque los hemos desobedecido; ni sobre
               nuestros hijos lloraremos, porque ¿quiénes son nuestros hijos?
                     Adiós decimos a los que ya no somos, y a los que nunca hemos de ser.
                     Pero, más que a nada, adiós decimos, desde ahora, a los muertos que desearon que
               fuésemos como ellos.”




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