Page 150 - El manuscrito Carmesi
P. 150

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Si me permites condensar toda esta larga historia, de la parte cristiana, te diré que lo
               que hace Boabdil (naturalmente, el suyo) es tomar parte trascendental en el trascendetal
               acoso que se planea contra Málaga.
                     Me pregunté entonces, y no consigo que la pregunta se me vaya de la cabeza, qué
               opinará de todo esto, precisamente en Málaga, mi tío el emir Abu Abdalá.
                     —Por fortuna —añadió Aben Comisa—, nosotros contamos con otro Boabdil.
                     Un tercer  Boabdil, que también  soy yo, aunque empiezo a dudar que yo sea ni
               siquiera el primero. A través de él, después de ser reconocido en Guadix, junto mi madre y
               mi mujer y  mis hijos y toda mi familia, me instalé en  Almería, donde el príncipe  Yaya,
               enemigo de mi padre desde siempre, nos ha acogido con calor y reverencia. Afianzado por
               mi presencia, se ha hecho fuerte contra la facción del  nuevo sultán —que es el sultán
               viejo— y se ha erigido en defensor de mis derechos. Unos derechos que reverdecen con la
               gloria de haberme fugado de la cárcel cristiana sin contrapartida de rehenes, ni de rescates,
               ni de tributos, ni de vasallajes.  Yo sospecho que el príncipe  Yaya no obra a ciegas;
               sospecho que sabe que quien está con él en Almería no soy yo, sino el segundo doble mío.
               Eso le otorga el vengativo placer de escarnecer a mi padre, y una valiosísima arma contra
               mi madre, si se decide a publicar la falsía de todo.
                     —A ese respecto, tranquilízate. Por muy astuto que sea Yaya —’Como lo eres tú’, he
               pensado al oír hablar así a Aben Comisa—, nada impedirá ya que la salpiquen los efectos
               de la suplantación; una vez abonada por él, no le conviene denunciarla.
                     Sostiene  Aben  Comisa que la  situación  —no provocada por  mi madre, que
               sencillamente se ha visto arrastrada— era y es gravísima.
                     En ella sólo cabe luchar por el presente, aprovechar la racioncita de victoria que pueda
               ir obteniéndose cada día, y resistir, resistir.  Si  el azar nos ha puesto  en las manos una
               oportunidad, sea la que sea, no es ni cuerdo ni honrado rechazarla.
                     —En definitiva, ¿qué es un sultán? —ha concluido—: un soldado victorioso, alguien a
               quien se sigue. —Y con un dejo equívoco, quizá hasta levemente amenazador, ha
               agregado—:  Cualquier hombre puede llegar a  serlo.  El parecido de tu segundo doble (al
               primero no lo he visto) es tal, que podría suplantarte aun en las más complicadas y adversas
               circunstancias.
                     De los ojos se le borraba la amenaza, reemplazada por la ironía.

                     Desconfío de todos.  De tal manera desconfío,  que no me  cabe duda de que tales
               complicadas circunstancias puedan llegar a darse.
                     Incluso de que se provoquen, si fuese necesario, hasta por mi propia madre. Para ella
               los lazos del poder atan más que los lazos de la sangre.  Si ha encontrado un testaferro
               dócil, que suministra su cuerpo y sus facciones obedeciendo órdenes suyas, será difícil que
               renuncie a él. El hecho de no tropezar en el gobierno con ninguna contradicción habrá de
               compensarla con creces de mi ausencia.
                     —La sultana madre es cauta.
                     Para no abusar de una posición que puede convertirse en peligrosa, ha decidido que
               su  Boabdil, con “su”  Moraima, se retire a  Vera.  Su misión allí es defender la frontera de
               Murcia y dirigir los movimientos de tropas, con decretos que ella se encarga de transmitir
               oficialmente.
                     En realidad lo que hace es regir todo con la complicidad de  Aben  Comisa y  de
               Abdalbarr. Con socarronería Aben Comisa continuó:
                     —Para disculpar tu retiro y cubrir las apariencias, la sultana ha alegado razones de
               salud: de tu salud, quebrantada por el maltrato recibido en el cautiverio. Así se añaden a la
               heroicidad de la fuga los fulgores del martirio, con lo que el Boabdil de la sultana se encara
               con ventaja al Boabdil renegado y traidor de los cristianos.
                     Yo podría decir, como me han enseñado los cristianos, ahí me las den todas, pero
               temo que  cuando suene la hora de desenredar esta maraña, si es que suena, será
               dolorosamente laborioso, o quizá imposible, demostrar  que el único  Boabdil existente,

                                                          150

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   145   146   147   148   149   150   151   152   153   154   155