Page 147 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Claro que, eso sí, el criterio cristiano enardece el  sentimiento  y multiplica la
               voluptuosidad con el fatídico atractivo de la transgresión. Pero yo me pregunto qué religión
               tiene derecho a juzgar y condenar, ni aun a pensar que existen, los pecados de amor.
                     La mala suerte del desventurado Millán de Azuaga y de su carpintero me ha traído a
               las mientes un poema que, sin saber por qué, retuve en la memoria. Es de un valenciano
               que lo escribió hace más de trescientos años. Al Rusalfi fue su nombre.

                     “Aprendió mi amado el oficio de carpintero, y yo me dije: acaso lo aprendió mientras
               con sus ojos asierra corazones.
                     Desdichados los troncos que él trabaja cortándolos, o tallándolos, o hiriéndolos con su
               hacha.
                     Ahora que son sólo madera pagarán su delito: porque, cuando eran ramas, se
               atrevieron a copiar la esbeltez de su talle.”


                     Afirman que este invierno es singularmente frío; debe ser cierto. De cualquier manera,
               aún hace más frío, cuando el sol se retira, en Granada. Aquí, metido dentro de la chimenea,
               arropado con el abrigo que me ha hecho llegar Moraima (‘Cosido por mi mano’, escribía en
               el escueto  billete que  lo acompañaba, un tanto anodino, presumo que para eludir la
               curiosidad de mis guardianes), tirito sólo al imaginar el frío insuperable de las calles y patios
               de la Alhambra. Si yo elegí el palacio de Yusuf III fue, entre otras cosas, por ser el más
               recogido al estar más abajo que el de Yusuf I y el de Mohamed V.
                     Escribió alguien:

                     “Granada, ninguna ciudad es semejante a ti en belleza, ni en Egipto, ni en Siria ni en
               Irak.
                     Tú eres la novia, Granada: el resto de las ciudades es tu dote.”

                     Evidentemente acertaba. Pero también acertó un poeta de Santarem, Ib Sara, cuando,
               aterido y tembloroso, se dirigió a los granadinos:

                     “Gentes de este país, absteneos de orar, y no evitéis ninguna de las cosas prohibidas:
               así podréis ganar un lugarcito en el infierno, donde el fuego es tan de agradecer cuando
               sopla el viento del Norte.”

                     Tuvo razón  Ibn al  Hay —hoy, ante el campo yermo, se me va el corazón con los
               poetas— al escribir:

                     “Dios protege a quien habita en  Granada, porque ella alegra al triste y acoge al
               fugitivo.
                     Sin embargo, mi compañero se aflige al comprobar que sus prados, bajo el frío, son el
               Paraíso del hielo.
                     Y es que  Dios designó a  Granada como el acceso de su  Reino, y  no hay frontera
               eficaz en la que no haga frío.”

                     Quienes envidian a los sultanes de la  Alhambra desconocen que sus palacios son
               más pulcros que habitables, y que suele pensarse, al hacerlos, en el verano y en la
               primavera.  Durante el invierno conviene emigrar a climas más templados; por eso
               Almuñécar y Salobreña son mis ciudades favoritas: yo soy un friolento. Nunca entendí por
               qué los califas de Córdoba vivían con comodidad sobre hipocaustos, que les facilitaban un
               ambiente suave y cálido, mientras los  sultanes de  Granada hemos de conformarnos con

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