Page 149 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               cristianas. (En cierta forma, Zahara es un símbolo, porque su conquista fue la declaración de
               guerra y la ruptura de la tregua hechas por mi padre hace tres años.) —¿Qué justificación te
               ha dado el rey de semejantes patrañas, suyas y de los granadinos?
                     —Ninguna —me ha respondido  Aben  Comisa—, ni se me ha ocurrido siquiera
               pedírsela. Habría sido inútil, y habría descubierto nuestro juego.
                     —¿Qué juego? —le pregunté.
                     Aben Comisa sonrió.

                     Si esto es así, comprendo ahora el empeño del rey en obtener un retrato mío. Su fin
               era encontrar a alguien —un renegado, por supuesto— cuyos rasgos fuesen similares a los
               míos. Alguien que me sustituyese de lejos a los ojos, no muy acostumbrados a verme, de
               mis súbditos. Es una nauseabunda argucia más del rey cristiano. Con ella se ha ahorrado el
               aprieto de elegir una de las dos soluciones que sus generales planteaban.  Con ella
               sencillamente ha optado por las dos: yo sigo prisionero, y a la vez soy causa activa de una
               mortal división en el Reino de Granada.
                     Pero no es esto sólo: hay muchísimo más; hay aquello por lo que Aben Comisa sonrió.
               Preocupada mi madre por el inmediato efecto que la aparición entre los enemigos del sultán
               joven —o  sea, yo—  producía en el ánimo de mis partidarios; preocupada porque tal
               aparición no era contradicha por el sultán  viejo, ya que robustecía mi descrédito, ha
               adoptado una solución heroica, en el peor sentido de la palabra.  Ella, por  su parte, ha
               lanzado la especie de que yo me había fugado, y de que me encontraba junto a ella, más
               entusiasta que antes del cautiverio, preparando una doble ofensiva: contra mi padre y contra
               los cristianos. Con el aval de su palabra, con la credibilidad que garantiza su presencia, y
               contando con el fruto que, de ser cierto, el hecho proporcionaría, mi madre ha conseguido
               que a un tercero, también muy semejante a mí, se le reconozca como sultán en Guadix. No
               sé si a los adalides y jefes de los adeptos les habrá aclarado el embrollo y la realidad de sus
               intenciones; pero la ventaja que se obtiene es tan grande que no dudo de su aceptación.
                     Es decir, a estas horas, mientras en este castillo yo languidezco, tan poco aficionado a
               los combates como antes de que se me encerrase en él, hay  otros dos  Boabdiles
               conduciendo cabalgadas, atacando ciudades con éxito  o sin él,  arengando a  soldados,
               compartiendo comida y cama con generales cristianos y tomando las más graves decisiones
               políticas.  Esto me lo relataba  Aben  Comisa, estoy  seguro que alborozado ante mi
               incredulidad, en voz muy baja y la zumba curvándole los labios.  Es  tan aficionado a las
               intrigas, que nadie podría juzgarlo ajeno a ésta.
                     —La guerra —me ha dicho— la  componen muchísimas facetas.  Es un complicado,
               duro y resistente cuerpo geométrico. ¿Quién sabe cuál es la principal de todas esas caras?
                     Quizá no sea la fuerza, ni las armas, ni la legitimidad, ni los ideales. Quizá la principal
               faceta en estos tiempos sea una hábil diplomacia.
                     Y se entretiene Aben Comisa narrándome mis propias aventuras.
                     Yo he sido auxiliar de don  Alonso de  Aguilar; he comandado una  hueste con el
               maestre de  Calatrava, que es el superior de mi propio guardián aquí en  Porcuna; he
               prestado mi brazo a don  Luis  Portocarrero en numerosas correrías  de frontera  con feliz
               conclusión  (pero ¿para quién feliz?); y, por el contrario, fui rechazado en esta misma
               primavera, es decir, hace no más de doce días, en Cardela junto al marqués de Cádiz, y en
               Iznalloz junto a otro gran maestre.
                     Mientras el  rey  Fernando resolvía sus asuntos  del  Rosellón, los únicos capaces  de
               distraerlo de la ofensiva final contra Granada, yo he acompañado, día por día, al maestre de
               Santiago, por los territorios de Alora, de Almogía y de la sierra de Cártama; he esperado con
               paciencia el avituallamiento que unas naves, desde  Sevilla, debían traer a la expedición
               dirigida contra  Churriana y  Pupiana.  Yo, con  una recién  estrenada bandera carmesí, he
               puesto sitio a Coín y a Alhaurín, antes de retomar el camino de Antequera y alcanzar el valle
               del Guadalquivir galopando hacia Córdoba.
                     Todos mis movimientos están siendo exhibidos por los cristianos en provecho propio, y
               por la misma razón están siendo pregonados por los generales de mi padre.
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