Page 151 - El manuscrito Carmesi
P. 151

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               mientras sus dobles actuaban a favor o en contra —o a favor y en contra a la vez— de su
               cabeza y de su corazón, se hallaba en un castillo,  en  Porcuna, donde nació su propia
               Dinastía, inmovilizado entre los muros de una exigua torre del homenaje.


                     Las concubinas que trajo consigo  Aben  Comisa venían  rigurosamente veladas.  El
               mismo día, cuando se hubo marchado el visir y redacté los papeles anteriores, llamé a las
               dos a mi estancia. Se resistían, entre risas, a desprenderse del velo. Asomaban sobre él
               cuatro ojos magníficos: dos, de un azul casi turquesa; los otros dos, oscuros y centelleantes.
               Rocé con una mano cada uno de los cuerpos.
                     Por un impulso, estreché contra el mío el de la propietaria de los ojos oscuros.  Se
               abandonó a mis halagos de un modo que me hizo suspirar; pero, dando un paso atrás, se
               hurtó de súbito a ellos. Una mano que no me era extraña desveló el rostro; oí una carcajada,
               y vi unos labios frutales y queridos.
                     Era Moraima. Nuestro encuentro fue tan deleitoso y prolongado que me ha impedido
               recapacitar sobre el asunto de los dobles. Ahora, como dos seres anónimos y ubicuos, ni
               ella ni yo estamos donde estábamos.

                     Moraima, a la que me es forzoso llamar Marién para no descubrirla, me ha encontrado
               más metido en carnes a causa de la falta de ejercicio.
                     —De cualquier ejercicio —dice, y se ríe al admitir que, en los lances de amor, soy más
               emprendedor que antes e irrebatiblemente victorioso.
                     —El pasado —le comenté bien entrada la noche— no tiene prisa alguna: duerme. Lo
               único que se puede hacer con él y por él es relatarlo. Quizá por eso escribo los papeles que
               ves. Nunca he sabido con tanta evidencia como hoy hasta qué punto somos las minúsculas
               e involuntarias teselas  de un mosaico, y cómo es preciso retroceder y distanciarse para
               percibir con claridad su dibujo. Dentro de él, las teselas se confunden, ajenas a su particular
               significación, en cumplimiento de su modesto oficio.
                     Es con ellas con las que se logra la perfección de trazos y colores que alguien superior
               decide, o acaso nadie; pero ellas  no conocen qué rostro, qué cuerpo, qué paisaje, qué
               perfiles ayudan a formar.
                     —Las riendas de cuanto sucede fuera —me  ha respondido  Moraimano están ya,
               querido mío, en tus manos. No te entristezcas. La historia de nuestro pueblo te eximirá de
               responsabilidad. Quizá era eso lo que, de depender de ti, tú habrías escogido.
                     —Nunca la Historia se enterará de este galimatías de Boabdiles. A ninguno de los de
               fuera le conviene esclarecerlo. Y además un rey sin atributos no es un rey.
                     —Vive y disfruta entonces como un hombre. —Y añadió maliciosa—:
                     Con los atributos de un hombre, que nadie te ha quitado.
                     —Pero sin libertad.
                     —¿Qué libertad crees tú que tienen los demás? Yo soy, o fui, la hija de un especiero,
               Boabdil.
                     Tú me elevaste hasta tu altura.
                     Mi padre, por su merecimiento, llegó a ser cuanto fue; pero a mí quien me elevó fue tu
               amor sólo. Y me elevó ya para siempre. Por mucho que a ti te parezca haber caído, yo no
               caeré jamás. Aunque dejases de amarme, nunca me podrías arrebatar el privilegio de haber
               sido ya amada. De ahora en adelante, yo iré donde tú vayas; lo que sea de ti será de mí.
               ¿Trastornará a mi alma que haya otro  Boabdil y otra  Moraima en  Vera, si estoy aquí
               contigo? ¿Quién es de veras Moraima sino la que ama a Boabdil? ¿Quién es Boabdil sino el
               amado de Moraima? No dejes que los nombres nos hieran.

                     Qué lejos está el día en que mi madre me propuso, o me ordenó, casarme con una
               mujer sin rostro para mí. Cómo el destino, con su inextricable devanadera, ha oficiado en

                                                          151

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   146   147   148   149   150   151   152   153   154   155   156