Page 162 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               desembarco de hombres y bastimentos. A tal efecto dispuso que pasase al Mediterráneo la
               flota de Vizcaya, y que se emplazasen apostaderos junto al Estrecho, desperdigados pero
               abundantes, y a lo largo de la costa, las naos capitaneadas por los mejores: Martín Díaz de
               Mena, Charles de Valera, el irlandés, Garcilópez de Arriarán, mosén de Requesséns, Álvaro
               de Mendoza y Antonio Bernal.
                     —¿Y qué armas habrán de utilizarse, don Gonzalo, para satisfacer unas demandas, si
               no del todo nuevas, sí notablemente mayores que hasta ahora? —Fui yo quien sonreía esta
               vez al hacer la pregunta.
                     —Armas de fuego mucho más poderosas, señor. Los musulmanes confían la defensa
               de sus pueblos a la posición en que están emplazados, y por eso no suelen hacer fosos, ni
               trincheras,  ni murallones, sino endebles tapias levantadas en planos confusos, que no
               resistirán, ni resisten de hecho, las colosales balas de piedra de nuestros cañones. Junto a
               las bombardas, empleamos ya ribadoquines, cerbatanas, pasavolantes, búzanos y otros
               artificios.  Y así,  los granadinos, que son muy valientes  en la defensa de  sus  plazas, y
               resignados y sufridos ante las privaciones del hambre y de la sed, y temibles en sus salidas,
               a las que  están más  acostumbrados que nosotros,  caen espantados y en desorden al
               comprobar que nuestra artillería aterra fácilmente sus fortificaciones. Esto nos proporciona
               una ventaja no sólo por el daño material que les causamos, sino por la repercusión moral de
               desaliento...
                     Si cometo, señor, la falta de reverencia de hablaros como os hablo, es porque estimo
               que un general, preso y apartado  como vos de los campos de batalla, tiene derecho a
               conocer cuanto conocen quienes, en el presente, lo sustituyen fuera.
                     —Os lo agradezco, y os ruego que continuéis.
                     —Los principales dirigentes de esta artillería proceden de Italia, Francia y Alemania.
               Sin embargo, hace ya ocho años  que se nombró, en  Toro, a micer  Domingo  Zacharías,
               maestre mayor de artillería, y  maestres bombarderos, en  Sevilla, hace seis años ya, a
               Alonso y Tomás Bárbara. El jefe superior es Francisco Rodríguez de Madrid, a quien el rey,
               “in pectore”, tiene designado caballero. La fabricación de pólvora y de balas de piedra se
               hace en los mismos campamentos.  Con el ejército viajan  carpinteros, herreros con sus
               fraguas, ingenieros, pedreros que  buscan las  canteras, y los que trabajan las piedras de
               cantería y las pelotas de hierro.
                     Hay aserradores, hacheros, fundidores, albañiles, azadoneros, carboneros y hasta
               esparteros. Un campamento, vos lo sabéis, es como una ciudad. Por eso el inconveniente
               de llevar la guerra a tierra ajena es que tenemos que surtir precisiones a veces no previstas,
               con imaginación y con medios sí previstos. Y, a pesar de todo, el consumo de pólvora es tan
               grande que, además de la que se elabora en los campamentos en morteros de piedra, la
               traen de Barcelona y de Valencia, pero también de Portugal, Sicilia y Flandes. Porque la
               guerra de Granada, como os dije en nuestra primera entrevista, ha sobrepasado los límites
               peninsulares, y Europa está hoy pendiente de nosotros.
                     Se refería a la guerra con la misma compostura y vocación con que hubiese descrito
               su propia residencia. Oyéndolo no era verosímil imaginar la muerte, el pillaje, la sangre, la
               felonía y el aniquilamiento. “Si no hubiese sido porque yo conocía sus victorias, habría
               supuesto que estaba frente a un  gran teórico que no se levantó jamás de su  mesa de
               estudio, ni había traspasado las puertas de su casa.
                     Algo, por medio de él, me confirmaba que el mundo era ya distinto.
                     Sentí, sin explicármela, una nostalgia por los métodos aprendidos y periclitados, que
               había de olvidar.
                     —¿Y qué se ha hecho, capitán, de las antiguas máquinas? Yo ya llevo años preso, y
               la velocidad de nuestra época...
                     —Los trabucos e  ingenios no han sido eliminados del  todo.  Con ellos  se lanzan
               piedras como antes,  pero también carcasas, que son cuerpos incendiarios destinados a
               causar un daño irreparable en polvorines y pajares.
                     —Ya entiendo —dije, y, por añadir algo, balbuceé—: Sin embargo, el transporte...



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