Page 160 - El manuscrito Carmesi
P. 160

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               decretamos la continuación de la guerra, sin cejar hasta que los infieles sean expulsados de
               esta tierra que es nuestra.
                     Así, como mujer y como reina, infundió un nuevo aliento en su tropa. Este matrimonio
               se ha acomodado con perspicacia en los dos platillos de una misma balanza. El fiel de ella
               es la conquista; cuando uno de los cónyuges desfallece, el otro medra y se levanta,
               impulsado por la misma fuerza que abate al primero. De ahí que juzgue imposible vencerlos.
                     Mas lo que ignoran ambos —y lo ignorarán mientras esté en mi  manoes que he
               tomado, de acuerdo con  Moraima, una determinación no menos firme que la  de ellos.
               Creerán muchos que la tomé sólo por mi egoísmo y para mi descanso, pero puedo jurar que
               la tomé, sobre cualquier otra consideración personal, en beneficio de mi Reino.
                     Su suerte me importa mucho más que la mía, y, si sus días están contados, procuraré
               de todo corazón que sean lo más plácidos, luminosos y felices posible. Aunque para ello
               tenga que sacrificar mi vida, que es a lo que equivale sacrificar mis derechos al trono.


                     Hoy ha pasado el día conmigo Gonzalo Fernández de Córdoba.
                     Hemos almorzado juntos.  Moraima actuó de sirvienta.  Apenas dos veces se han
               tropezado nuestros ojos, medrosos como estamos de que hasta una mirada nos delate.
               Después de haberse ido, Moraima y yo hemos comentado lo que nos parecía el personaje.
                     Gonzalo se muestra aún más cuajado y viril que la última vez.
                     Cierta gravedad se ha hecho compatible con  su soltura,  y cierta severidad, con  su
               simpatía.  De expresión seria, sus  rasgos son  limpios y armoniosos.  Quizá administra su
               sonrisa  con excesiva circunspección; por  eso, cuando sonríe y  muestra su blanca
               dentadura, es como si el sol se vertiese sobre un paisaje no amanecido aún. Tiene unas
               manos enjutas y marcadas por las riendas y por las armas, pero a la vez de una inocultable
               elegancia.  Su cuerpo  es esbelto y bien formado; sin ser muy alto, da la impresión de
               sobrepasar a quienes lo rodean por la incólume majestad que emana su figura. Creo que, si
               se exceptúa a mi tío “el Zagal”, nunca he visto a nadie tan nacido para mandar y tan dotado
               para ello.
                     Estoy seguro de que don Gonzalo no necesita levantar la voz para ser obedecido, ni
               alterarse para que sus órdenes se acaten. Dudo que un día le suceda a él lo que en Lucena
               a mí, cuando mis hombres me  abandonaron; él no precisa arengas para retener a sus
               soldados, que preferirán la muerte a una mirada suya de desdén.  Está hecho, en una
               palabra, para conducir a un pueblo a la victoria. Es el capitán cristiano que más temo y al
               único que quiero.  Porque sus palabras y actitudes denuncian una limpia eficiencia y una
               perseverancia gélida, pero no hay odio en ellas; él se presenta como el útil y  acerado
               instrumento de algo que ha de cumplirse, y en lo que su corazón no está implicado.
                     Durante el tiempo que permaneció conmigo trabó un discurso sobre las armas y la
               guerra tan coherente y lúcido que me pesará no transmitirlo con fidelidad. En mis papeles
               carmesíes dibujó planos e ingenios de artillería, escribió números, y distribuyó cuerpos de
               ejército como si fuese un general antes de una batalla. Con una cortesía y una cordialidad
               más de un aliado que de un adversario.  Se comprende que, a pesar de su juventud, los
               reyes tengan en él una fe insuperable. Es el mejor de sus nuevos capitanes: todos hechos a
               su imagen, compartidores de  sus ideales, y no maleados por las  luchas  personales e
               interesadas de antaño que tanto nos sirvieron a nosotros.  De escucharlo se sacan dos
               conclusiones. La primera, su concepto renovado de la estrategia y de la táctica, su sabiduría
               militar, en ocasiones se diría que infusa, y, sobre todo, su concordancia con los reyes en
               proyectos, en entereza y en determinación, lo que lo convierte en un perfecto vasallo. Lo
               segundo que se deduce, no sé si a su pesar o quizá incluso a pesar de ignorarlo, es que
               está, de una manera reservada o todavía inconsciente, enamorado de su reina. Moraima lo
               ve más claro aún que yo: al hablar de ella, sus opiniones extasiadas y sus ensalzamientos
               indican que es para él la más alta maravilla que existe, y que su galardón máximo es haber
               coincidido con ella en esta vida.


                                                          160

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   155   156   157   158   159   160   161   162   163   164   165