Page 304 - El manuscrito Carmesi
P. 304

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               por fin me  aceptó.  Es feo y  muy  gracioso, como una talega plegada que el tiempo se
               ocupará de rellenar. El primer día quiso que le pusiese nombre.
                     —¿Te parece bien “Din”? —le sugerí.
                     —”¡Din!” “¡Din!” —vociferó Ahmad. El cachorro arrugó el entrecejo como si se supiese
               llamado—. “¡Din!” —repitió su dueño una vez más, abrazándolo.
                     En este mundo ya hay otro perro “Din”. ¿No se muere del todo?
                     Quizá es el nombre lo que más importe.

                     El calor, sofocante, mortifica a Moraima. Ojalá su buena hora no se retrase mucho.
                     Las mujeres dan por descontada la facilidad del parto. El médico Yusuf me tranquiliza:
               el embarazo ha sido tan normal que los estudiantes de la madraza podían haber aprendido
               en él cómo han de ser los embarazos.
                     Si supiese cantar sin asustar a los que me oyen, entonaría el viejo zéjel de  Ben
               Quzmán:

                     “Bendito sea aquel a quien dan parabienes por su hijo.

                     Echad velos sobre el niño, formulad votos de buena ventura, sahumad a su alrededor
               y escribid sobre la cuna en rojo:
                     ’Niño, di _’No hay más Dios que Dios’_


                     Moraima ya no me sigue la corriente en los  proyectos;  se niega a hacer planes
               remotos: siente el más inmediato demasiado próximo.
                     El orden de la casa lo ha dejado en manos de mi hermana, que no sirvió nunca para
               tal menester. Mi madre mete su nariz por doquiera, y todo anda manga por hombro; pero
               eso, al involucrarnos a todos en un grato desorden, aumenta más la común expectativa. Es
               como si todos ayudáramos con nuestro sacrificio y nuestra resignación al parto de Moraima.
               Ahmad y  Yusuf conspiran en los pasillos, seguidos por “Din”, apostando cómo será —si
               rubio o moreno, o sea, si como uno o el otro— el hermanito que ya adoran.
                     Las mujeres han preparado toda clase de amuletos, de supersticiones no siempre
               conocidas, de incontables y delicadas ropas.  Sé que se suavizan las manos con piedra
               porosa y se las tiñen con la mejor alheña. La alcazaba entera se adorna y se adereza para
               darle la bienvenida a mi hijo.
                     Éste sí va  a llamarse  como yo, por si verdaderamente es el nombre lo que  más
               importa...


                     He vuelto de Mondújar, de dar tierra a Moraima y a mi hija.
                     Al cerrar para siempre estos papeles, ha caído de entre ellos el pétalo seco y mordido
               de una rosa amarilla.


                     Han pasado dos años desde la última anotación que hice en estos papeles.
                     ¿Es eso lo único que ha pasado: dos años?  Se diría que ha pasado todo cuanto
               puede pasar.
                     Estoy instalado de una manera  provisional —¿de qué otra puede instalarse el
               hombre?— en Fez.
                     Algunos de los míos merodean; son los que, fuera de mí, no tienen otro medio de vida,
               y los que no la conciben sin servirme.
                                                          304

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   299   300   301   302   303   304   305   306   307   308   309