Page 314 - El manuscrito Carmesi
P. 314

Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Veo consumirse en el fuego libros lujosos como pájaros, coloreados guadameciles,
               platas chapadas, meticulosas filigranas, figuras que el refinamiento de nuestra cultura tardó
               cientos de años en crear.
                     Veo arder mi cultura, y escucho las campanas enemigas repicar a gloria. ¿A qué
               gloria? ¿A qué unidad aspiran los  feroces? ¿El camino de la unidad será el destrozo, la
               violencia de los cuerpos y de las fes y de las opiniones, la aniquilación de cuanto no sea
               idéntico?
                     En Ronda han muerto tantos que la sierra Bermeja se llamará desde ahora bermeja
               por la sangre, no por el matiz de sus piedras; las  sublevaciones de la  Alpujarra se han
               ahogado en más sangre todavía.
                     Toda aquella belleza sumida en sangre y llanto. Qué cristiana manera de cristianizar la
               de expedir al Paraíso a quienes les estorban. Qué falsía la de disfrazar la política con los
               recados de la divinidad. ‘O bautizarse, o pasar a África en las naves del rey, a diez doblas
               por cabeza’; pero previamente les habían arrapado las doblas. ¿Qué le dirán de noche a su
               Dios esos reyes, si es que de verdad creen en Él? Los criminales por decreto divino, los
               torturadores de la fe, ¿cómo rezarán a su Dios?

                     Muchos granadinos de los que pasaron al Norte de África, aún resisten dedicados a la
               piratería.
                     Quizá no esperan volver ellos mismos un día, sino que luchan para sus hijos y para
               sus nietos.  Hay  momentos en que me devora la necesidad de poner mi nombre y  mi
               bandera carmesí al frente de ellos y de morir con ellos. Su pasión es la que ha ratificado a
               los cristianos en que el único medio de vender al Islam es cortar con el cuchillo de la religión
               las vías del Estrecho. Bautizar a los musulmanes de la Península, pero conquistar también y
               convertir, para mayor descanso, las plazas costeras africanas.
                     Y aquí se han presentado. ¿Se dejará engañar por ellos su Dios?
                     ¿Se engañan a sí mismos? Conquistaron Orán por el puro botín; a nadie le interesaba
               convertir a nadie, ni convencer a nadie; la rapiña tan sólo: degollar, acuchillar, picar como
               toros a ‘la morisma’ para acabar con ella. No han dejado más de 80 moros vivos.
                     ‘Un moro muerto es el mejor de todos’, dicen sus capitanes. Las dos mezquitas se
               consagraron a la encarnación de Dios y a Santiago Matamoros, para dejar bien claro a lo
               que habían venido: a escupir sobre nuestros cadáveres.  El temor al sólo nombre de los
               españoles ha hecho que la mayoría de los habitantes de Tremecén y los pueblos vecinos se
               precipitasen a huir.
                     Aquí han llegado muchos; entre ellos, los familiares de mi tío Abu Abdalá, a quienes
               he tenido en esta casa hasta que hallaron hospedaje en la medina. La tumba del “Zagal”
               ahora está sola. Jadicha —o esa inflamación suya— se ha quedado conmigo en honor al
               recuerdo de mi hermano Yusuf.
                     (Ahora mismo la escucho bambolearse por la casa; cuando intenta no molestar es
               cuando más ruido hace.) Reyes católicos se llaman estos reyes de España. Si hay un Dios
               que se complazca en cuanto hacen, no desearía conocerlo jamás. Ay, andaluces: igual que
               ayer vuestra sabiduría, hoy vuestra simiente y vuestra sangre son esparcidas sin tino por el
               mundo, lo mismo que se aventan con un bieldo las mieses...

                     Terminando de escribir lo que antecede, entraron Amín y Amina, y me sorprendieron
               con la cabeza caída sobre estos papeles, sollozando. Sus demostraciones de afecto han
               sido tan extremadas y  efusivas que me he abandonado, como un niño, a ellas.  Me han
               cubierto de los besos y las caricias que entre ellos se prodigan con absoluta y encantadora
               carencia de pudor.
                     Desde el primer día me propuse  no interferir entre ellos; hoy una cálida y  olvidada
               desazón se ha despertado en mí. ¿Qué se proponen con tales agasajos? ¿Qué me dan a
               entender?


                                                          314

                                        Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/
   309   310   311   312   313   314   315   316   317   318