Page 69 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

               robados que, más que a poesía, huelen a sudor cuando no a sangre. Para ello tendré que
               consultar la  biblioteca de  la  Alhambra, porque en una sola cabeza  —sobre todo si es la
               mía— no caben tantos datos y menos aún tantas traiciones).  Mi  madre ha vivido entre
               intrigas, aventuras, destronamientos y entronizaciones, exilios y retornos.  Es inteligente y
               representativa; personifica la más poderosa facción de Granada.
                     Era, pues,  prudente que quien  se  propusiera  gobernar se la anexionase.  Y ningún
               procedimiento más eficaz que casarla con su futuro heredero, que resultó ser un usurpador.
               Por eso, ni mi abuelo ni mi padre se plantearon la cuestión de rechazar tal boda. Porque yo
               estoy convencido de  que un florecimiento difiere de una decadencia en que  hay una
               voluntad —no sólo del poderoso, sino de la  mayoría de los súbditos— que acierta al
               escoger, y que escoge y coloca en la primera fila a un hombre de signo positivo, y elimina o
               anula al de signo contrario. Y tal es precisamente la última razón de que no las tenga todas
               conmigo en este trance, a pesar  de que la actitud de mi padre responda a la dirección
               positiva de que hablo; porque, ¿con quién, sino con ella misma, está la mayoría de los
               súbditos?
                     Cada día iba menos por la madraza de los príncipes y pasaba más horas con mis
               instructores.  Benegas, más que los otros, me atareaba poniéndome al corriente, a su
               manera, de la política y de la tesorería, y eran justamente sus largas parrafadas las que, por
               un efecto contrario al perseguido, sembraban en mí la incertidumbre.
                     —Tu padre tiene ahora tres armas en las manos. La primera, las rivalidades entre los
               caballeros cristianos, ya sean andaluces, ya de los que habitan en la frontera, exiliados o
               instalados voluntariamente en ella. La segunda, el manejo de las treguas con la joven reina
               Isabel; y la tercera, negarse al pago de los tributos pactados por sus antecesores. Estas tres
               armas son las que debes conocer mejor, porque no creo que tú puedas, llegada tu hora,
               utilizar otras distintas.
                     ‘En el estado actual de  Castilla, has de saber que la frontera es un palenque de
               heroísmos inútiles, o útiles sólo para quienes los acometen. Es un campo de destierro o de
               castigo para banderizos indómitos; una palestra para empresas caballerescas,  que nada
               tienen que ver con un reino tan confuso y decadente como el de los cristianos; un mercado
               de lucros y de granjerías en el que cada cual arrambla con lo que tiene a mano, y un asilo
               donde se condonan las penas de los delincuentes y aun de los homicidas. Nunca se ha visto
               tan azacaneada como ahora la vida en la frontera.  De ahí que tu padre, a pesar  de las
               treguas, salga a mantenerla todos los veranos, y procure desanimar la audacia de los
               caballeros, que no guerrean por su rey, sino por ellos mismos.
                     Porque cada hombre en la frontera se comporta no como se comportaría en Castilla,
               sino como es o como lo dejan ser. La corona no llega hasta aquí, y eso redunda en nuestro
               beneficio. Bastante tuvo el rey Enrique, y tiene hoy su hermanastra, con mantenerse en el
               trono: no pueden dilapidar medios ni energías en suministrar armas y dineros  con que
               sostener de un modo convincente los límites del reino.
                     Incluso, en muchas ocasiones, los reyes cristianos se han servido de la frontera para
               quitarse de encima a personajes demasiado desafiantes o caídos en desgracia. Enrique Iv
               tomó la costumbre de desterrar a ella a sus antiguos amantes cuando lo desdeñaban o los
               sustituía: tal es el caso del condestable de Jaén, Miguel Lucas de Iranzo.
                     Y en muchas ocasiones, para acelerar el fracaso del desterrado, dejaron y dejan la
               frontera sin guarniciones ni abastecimientos, al simple albur de quien la defiende o la ataca;
               afortunadamente para nosotros, que así reconquistamos o saqueamos a mansalva las
               plazas que nos arrebataron en reinados anteriores. Esto, como entenderás, ha multiplicado,
               sin muchas contraprestaciones, la gloria de tu padre y de tu tío en los últimos años.
                     Porque la frontera, tan distante de las cabezas coronadas cristianas, es un territorio
               para las ambiciones personales: está lejos del corazón de los monarcas; se regatean en ella
               los socorros y los refuerzos; en ella no coincide la vida cotidiana con la política: entre otras
               cosas porque la vida está siempre en continuo e inminente peligro. De ahí que los señores
               de la frontera sean, si  no se les embrida, auténticos reyes de taifas, que sobreviven o
               desaparecen según  su brío.  Es difícil  creer, por muy levantiscos que los granadinos nos
               parezcan, qué independientes de su rey y qué enemigos entre sí son los castellanos.
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