Page 26 - Aldous Huxley
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                  De unos matorrales cercanos emergió una enfermera que llevaba cogido de la mano un
                  niño que lloraba. Una niña, con expresión ansiosa, trotaba pisándole los talones.

                  -¿Qué ocurre? -preguntó el director.


                  La enfermera se encogió de hombros.

                  -No tiene importancia -contestó-. Sólo que este chiquillo parece bastante reacio a unirse
                  en el juego erótico corriente. Ya lo había observado dos o tres veces. Y ahora vuelve a
                  las andadas.


                  Empezó a llorar y...

                  -Honradamente -intervino la chiquilla de aspecto ansioso-, yo no quise hacerle ningún
                  daño.


                  Es la pura verdad.

                  -Claro que no, querida -dijo la enfermera, tranquilizándola-. Por  esto  -prosiguió,
                  dirigiéndose de nuevo al director- lo llevo a presencia del Superintendente Ayudante de
                  Psicología. Para ver si hay en él alguna anormalidad.

                  -Perfectamente -dijo el director-. Llévelo allá. Tú te quedas aquí, chiquilla  -agregó,
                  mientras la enfermera se alejaba con el niño, que seguía llorando-. ¿Cómo te llamas?

                  -Polly Trotsky.


                  -Un nombre muy bonito, como tú -dijo el director-. Anda, ve a ver si encuentras a otro
                  niño con quien jugar.


                  La niña echó a correr hacia los matorrales y se perdió de vista.

                  -¡Exquisita criatura! -dijo el director, mirando en la dirección por  donde  había
                  desaparecido; y volviéndose después hacia los estudiantes, prosiguió-: Lo que ahora voy
                  a decirles puede parecer increíble. Pero cuando no se está acostumbrado a la Historia, la
                  mayoría de los hechos del pasado parecen increíbles.

                  Y les comunicó la asombrosa verdad. Durante un largo período de tiempo, antes de la
                  época de Nuestro Ford, y aun durante algunas generaciones subsiguientes, los juegos
                  eróticos entre chiquillos habían sido considerados como algo  anormal  (estallaron
                  sonoras risas); y no sólo anormal, sino realmente inmoral (¡No!), y, en consecuencia,
                  estaban rigurosamente prohibidos.

                  Una expresión de asombrosa incredulidad apareció en los rostros de sus oyentes. ¿Era
                  posible que prohibieran a los pobres chiquillos divertirse? No podían creerlo.


                  -Hasta a los adolescentes se les prohibían -siguió el D.I.C.-; a los adolescentes como
                  ustedes...


                  -¡Es imposible!
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