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LÁGRIMAS DEL CORAZÓN
Te habría alabado, hombre virtuoso, si me hubieses indicado
la verdadera circunstancia.
Pero tú, en silencio me seguías golpeando en la cabeza.
Me he mareado, me han abandonado las luces, que esta
cabeza no las tiene muchas.
Perdóname, hombre bueno. Olvida lo que dije en mi
locura.
El amir le contestó: Si te hubiese dicho algo, tu vesícula se
hubiese hecho agua.
Si te hubiese descrito a la culebra, habrías pasado a la otra
vida.
Ni habrías podido comer ni vomitar. Te oía despotricar
contra mi, y yo seguía con mi trabajo y repetía en voz baja “oh
señor, facilítame esto”.
Ni podía hablarte de la razón de todo lo que hacía, ni tenía
permiso para abandonarte.
Desde lo profundo de la tristeza de mi corazón, suplicaba:
Oh Señor, guía a mi gente; en verdad que no saben.
El hombre cayó de rodillas y dijo: ¡Oh mi bendición! ¡Oh mi
fortuna y tesoro!
Recibirás de Allah una gran recompensa, oh noble, este
miserable no tiene poder de expresar su agradecimiento.
Allah te las dará, yo no tengo ni labios ni voz para ello.
Es así como encontramos la enemistad de los sabios –su
veneno nos trae alegría.
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