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LÁGRIMAS DEL CORAZÓN

                  éste, que en el desierto no hay nada mejor que el agua, y que
                  aunque él tiene verdaderos tesoros, nunca ha probado agua
                  más especial que ésta.

                      La mujer no sabía que un gran río de agua dulce
                  atraviesa Bagdad, lleno de barcos y pescadores. Cosió un
                  saco de fieltro, cerró bien la botija y la metió dentro de
                  él; luego cerró bien el saco, convencida de que sería un
                  precioso regalo para el Califa.

                      Dijo el marido:

                      - Sí, hay que cuidar mucho de ella. Es un regalo de gran
                  valor. No hay agua más sabrosa y pura que ésta en todo el
                  mundo.

                      Cuando el beduino llegó ante las puertas del palacio del
                  Califa, le recibieron allí los cortesanos y derramaron sobre
                  él un poco de agua de rosas. Se dieron cuenta en seguida de
                  cuál era su objetivo. Éste les dijo:
                      - ¡Oh gente respetable! Soy un pobre habitante del
                  desierto. He venido aquí en busca de dinero. Cuando llegué,
                  me deslumbró su brillo. Llevad este regalo al Sultán y salvad
                  a su siervo de indigencia. Es una botija de agua pura de
                  lluvia que nosotros mismos hemos recogido.

                      Los cortesanos sonrieron y aceptaron la botija como
                  si fuera un objeto excepcionalmente precioso. Desde luego
                  que la gracia y el buen carácter del Califa se reflejaba en sus
                  cortesanos. El Califa aceptó el regalo de muy buena gana.
                  Les dijo:
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