Page 144 - El camino de Wigan Pier
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que la gente corriente reconozca como deseables. Por tanto, más que cualquier otra
           cosa, necesitamos una propaganda inteligente. Hablar algo menos de «conciencia de
           clase»,  «expropiación  de  los  expropiadores»,  «ideología  burguesa»  y  «solidaridad
           proletaria», (y no digamos de las sacrosantas tesis, antítesis y síntesis), y algo más de

           justicia,  de  libertad  y  de  la  situación  de  los  desempleados.  Y  hablar  menos  de
           progreso industrial, de tractores, de la presa del Dniéper y de la última factoría de
           enlatado de salmón de Moscú. Este tipo de cosas no forman parte integrante de la
           doctrina marxista y alejan a mucha gente que la causa socialista necesita, incluyendo

           a la mayoría de los escritores. Lo que hace falta es grabar dos cosas en la conciencia
           pública. Una, que los intereses de todos los explotados son los mismos; la otra, que el
           socialismo es compatible con la honradez y el sentido común.
               En  cuanto  a  la  tremenda  dificultad  de  las  diferencias  de  clase,  la  única  táctica

           posible por el momento es ir con cuidado y no asustar a la gente más de lo necesario.
           Y, sobre todo, acabar con esos esfuerzos de tipo cristiano en pro de la igualación de
           las clases. Si usted pertenece a la burguesía, no se precipite a abrazar a sus hermanos
           proletarios; puede que a ellos no les guste, y, si demuestran que no les gusta, usted se

           encontrará probablemente con que sus prejuicios de clase no están tan muertos como
           se imaginaba. Y, si usted pertenece al proletariado, por nacimiento o por situación, no
           se apresure demasiado a reírse de las Corbatas de Antiguo Alumno que son símbolo
           de fidelidades que pueden serle útiles si toma ante ellas una actitud adecuada.

               Sin embargo, creo que hay alguna esperanza de que, cuando el socialismo sea una
           posibilidad real, algo que interese verdaderamente a un gran número de ingleses, el
           problema de las clases se resuelva más rápidamente de lo que ahora se cree posible.
           En los próximos años, o bien tendremos ese partido socialista eficaz que necesitamos

           o bien no lo tendremos. Si no lo tenemos, habrá fascismo; probablemente una forma
           solapada y britanizada de fascismo, con correctos policías en lugar de gorilas y el
           león y el unicornio en lugar de la esvástica. Pero, si tenemos ese partido, habrá lucha,

           seguramente una lucha física, pues la plutocracia del país no se quedará inactiva ante
           un  gobierno  verdaderamente  revolucionario.  Y  cuando  las  dos  distanciadas  clases
           que, necesariamente, habrán formado el auténtico partido socialista, hayan luchado
           juntas, quizá su actitud recíproca sea otra. Y entonces, quizá, desaparecerá esta plaga
           de los prejuicios de clase, y nosotros, los miembros de la decadente clase media —el

           maestro  de  escuela  privada,  el  famélico  periodista  sin  contrato,  la  hija  de  coronel
           soltera  que  percibe  setenta  y  cinco  libras  al  año,  el  licenciado  en  Cambridge  sin
           trabajo, el oficial de marina sin barco, los oficinistas, los funcionarios, los viajantes

           de comercio, los arruinados vendedores de tejidos de las ciudades de provincias—,
           podremos integrarnos sin más problemas en la clase obrera a la que pertenecemos, y,
           seguramente, no será tan terrible como creíamos. Al fin y al cabo, no tenemos nada
           que perder más que las haches.








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