Page 139 - El camino de Wigan Pier
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de ser una liga de los oprimidos contra los opresores. Es necesario atraerse al hombre
que quiere trabajar en serio y deshacerse del hipócrita liberal que quiere destruir los
fascismos extranjeros con el fin de seguir cobrando tranquilamente sus dividendos, el
tipo de político que presenta mociones «contra el fascismo y el comunismo», es decir,
contra la enfermedad y contra su remedio. El socialismo significa el derrocamiento de
la dictadura, tanto en el extranjero como en casa. Mientras se mantenga esto bien a la
vista, nunca habrá muchas dudas acerca de quiénes son los verdaderos aliados. En
cuanto a las diferencias menores —y las diferencias de carácter filosófico carecen de
importancia comparadas con los sufrimientos de veinte millones de ingleses cuyos
huesos se están pudriendo por la desnutrición—, ya quedará tiempo después para
dirimirlas.
No creo que los socialistas necesiten sacrificar nada de lo esencial, pero
ciertamente habrían de renunciar a una larga serie de cosas accesorias. Sería muy
positivo, por ejemplo, que pudiera ser eliminado el olor a extravagancia que aún tiene
el movimiento socialista. ¡Si se pudiera hacer una hoguera con todas las sandalias y
todas las camisas pardas, y enviar a todos los vegetarianos, abstemios y redentores a
sus casas de Welwyn Garden City, a que hiciesen sus ejercicios de yoga y dejasen en
paz a los demás! Me temo que no se hará tal cosa. Pero lo que sí es posible es que los
militantes socialistas más inteligentes dejasen de alejarse a posibles adeptos por
tonterías sin importancia. Hay tantas pequeñas pedanterías que se podrían abandonar
fácilmente… Tomemos por ejemplo la mezquina actitud del marxista típico hacia la
literatura. De los muchos que me vienen a la memoria, citaré sólo un ejemplo. Parece
trivial, pero no lo es. En el antiguo Worker’s Weekly (uno de los predecesores del
Daily Worker) aparecía una columna de comentarios literarios del tipo de «Libros en
la mesa del director». Durante varias semanas seguidas se había venido hablando
bastante de Shakespeare. Con este motivo, un lector se quejó al periódico en los
siguientes términos: «Estimado camarada: no nos interesa saber nada de escritores
burgueses como Shakespeare. ¿Por qué no nos hablan de temas un poco más
proletarios?», etc., etc. La respuesta del director fue breve: «Si consulta usted el
índice de El capital, de Marx, verá que el nombre de Shakespeare es mencionado en
varias ocasiones». Y esto bastó para acallar al quejoso. Si Shakespeare había recibido
la bendición de Marx, era un autor respetable. Esta mentalidad es lo que aleja del
movimiento socialista a la gente normal y sensata. No hace falta ser admirador de
Shakespeare para sentir desagrado ante una cosa así.
Está también la horrible jerga que casi todos los socialistas creen necesario
utilizar. Cuando una persona corriente oye expresiones como «ideología burguesa»,
«solidaridad proletaria» y «expropiación de los expropiadores», no se siente atraído
por ellas, sino todo lo contrario. Hasta la palabra «camarada» ha aportado su pequeña
contribución al descrédito del movimiento socialista. Cuántos simpatizantes indecisos
han ido a algún mitin, han visto a engolados socialistas llamándose unos a otros
«camarada», y se han ido, desilusionados, a la taberna más próxima… Y esta
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