Page 143 - El camino de Wigan Pier
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burla de las actitudes y tradiciones burguesas (o, en la jerga comunista, los «valores
           burgueses»). En su mayor parte, tales burlas son absurdas, viniendo como vienen de
           antiburgueses que son ellos mismos burgueses, pero resultan nocivas, pues hacen que
           un problema secundario impida la resolución de uno primordial. Alejan la atención

           del hecho fundamental: que la pobreza es pobreza, ya sea la herramienta de trabajo un
           pico o una pluma estilográfica.
               Una  vez  más  me  tomo  como  ejemplo  a  mí  mismo,  con  mis  orígenes  de  clase
           media y mis ingresos de unas tres libras semanales, de varias fuentes. Es evidente que

           sería mejor llevarme del lado socialista que convertirme en un fascista. Pero si se me
           reprocha  constantemente  mi  «ideología  burguesa»,  si  se  me  da  a  entender  que,  de
           alguna manera, soy inferior porque nunca he trabajado con las manos, lo único que se
           conseguirá es despertar mi antagonismo, pues lo que se me está diciendo es o bien

           que soy esencialmente inútil o bien que debería cambiar en una medida que está más
           allá  de  mis  posibilidades.  Yo  no  puedo  proletarizar  mi  acento  ni  algunos  de  mis
           gustos y opiniones, y, aunque pudiese, no querría. ¿Por qué habría de hacer tal cosa?
           Yo no le pido a nadie que hable como yo; ¿por qué tiene que pedirme nadie que hable

           como él? Sería mucho mejor aceptar la existencia de estos tristes estigmas de clase y
           darles  las  menos  vueltas  posibles.  Las  diferencias  de  clase  son  comparables  a  las
           diferencias  raciales,  y  la  experiencia  demuestra  que  es  posible  cooperar  con
           extranjeros, aun con extranjeros que a uno no le agradan, cuando es verdaderamente

           necesario.  En  el  aspecto  económico,  estoy  en  la  misma  barca  que  el  minero,  el
           picapedrero y el peón agrícola; si se me recuerda esto, lucharé a su lado. Pero, en el
           aspecto cultural, soy diferente al minero, al picapedrero y al peón agrícola; si se me
           recalca esta diferencia, puede que el resultado sea enemistarme a ellos. Si yo fuese

           una excepción única, no importaría, pero lo que he dicho de mí puede aplicarse a
           otras  innumerables  personas.  Todo  empleado  de  banca  amenazado  con  el  despido,
           todo tendero al borde de la ruina, están a grandes rasgos, en la misma posición. Son

           miembros de la clase media que se están hundiendo, y la mayoría de ellos se aferran a
           su  mentalidad  y  actitudes  burguesas  porque  tienen  la  impresión  de  que  ello  les
           mantiene a flote. No es buena política empezar diciéndoles que se desprendan del
           salvavidas. Existe un evidente peligro de que, en los próximos cinco años, amplios
           sectores de la clase media den un súbito y radical giro a la derecha. Si lo hacen, su

           fuerza puede ser enorme. La tradicional debilidad de la clase media consiste en el
           hecho de que sus miembros nunca han sabido unirse, pero si se les asusta y se les
           lleva a unirse en contra de algo, puede resultar que se ha despertado a un gigante.

           Durante la Huelga General tuvimos un aviso de esta posibilidad.
               Resumiendo. No hay posibilidad de solucionar los problemas que he descrito en
           los  primeros  capítulos  de  este  libro,  o  de  salvar  a  Inglaterra  del  fascismo,  si  no
           podemos  crear  un  partido  socialista  eficaz.  Habrá  de  ser  un  partido  con  objetivos
           auténticamente  revolucionarios,  y  habrá  de  ser  lo  bastante  fuerte,  numéricamente,

           como para actuar. Sólo podremos crear un partido así si proponemos unos objetivos



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