Page 140 - El camino de Wigan Pier
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actuación instintiva ha sido correcta, pues ¿qué sentido tiene colgarse a sí mismo una
ridícula etiqueta que, incluso tras una larga costumbre, difícilmente puede ser
pronunciada sin algo de vergüenza? Es funesto que el observador se lleve la
impresión de que ser socialista significa llevar sandalias y disertar sobre el
materialismo dialéctico. Hay que dejar bien claro que en el movimiento socialista hay
lugar para los seres humanos; de lo contrario, se habrá perdido la partida.
Esto suscita una dificultad importante. Implica que el problema de las clases,
entendido como algo distinto del simple status económico, ha de ser abordado de
forma más realista de lo que lo ha sido hasta el presente.
He dedicado tres capítulos al problema de las relaciones entre las clases. Creo que
el hecho principal que se desprendía de mi análisis es que, aunque el sistema de
clases inglés no tiene ya sentido, ha seguido existiendo y no da señales de morir.
Confunde mucho las cosas suponer que la situación social viene determinada
únicamente por los ingresos, como hace tan a menudo el marxista ortodoxo (véase,
por ejemplo, El destino de las clases medias, de Alec Brown, obra interesante en
algunos aspectos). Desde el punto de vista económico, no hay duda de que existen
sólo dos clases, los ricos y los pobres, pero, desde el punto de vista social, hay toda
una jerarquía de clases, y los modales y costumbres aprendidos en la infancia por los
miembros de cada una de ellas no sólo son muy diferentes, sino que —y esto es lo
esencial— suelen perdurar hasta la muerte. De ahí los individuos anómalos que se
encuentran en todas las clases. Se encuentra a escritores como Wells y Bennett,
educados en un ambiente de inmensa riqueza y que a pesar de ello han conservado
intactos sus prejuicios de baja clase media y de Iglesia No Conformista; hay
millonarios que no pronuncian las haches; hay pequeños tenderos cuyos ingresos son
mucho más bajos que los de un albañil y que, a pesar de ello, se consideran (y son
considerados) socialmente superiores al albañil; hay exalumnos de las escuelas
nacionales convertidos en gobernadores de provincias indias y exalumnos de escuelas
públicas que venden aspiradores de puerta en puerta. Si la estratificación social
coincidiese exactamente con la estratificación económica, el exalumno de escuela
pública que vende aspiradores adoptaría el acento cockney en el momento en que sus
ingresos descendiesen por debajo de las doscientas libras al año. Pero ¿es esto lo que
hace? Al contrario: si sus ingresos descienden, se vuelve veinte veces más «escuela
pública» que antes. Se aferra a la Corbata de Exalumno como a un salvavidas. E
incluso el millonario inculto, aunque vaya a clases de fonética y aprenda el acento de
la B.B.C., pocas veces consigue disfrazarse tan totalmente como quisiera. En el
aspecto cultural, es muy difícil salir de la clase que le ha visto a uno nacer.
A medida que se desciende en la escala de la prosperidad, las anomalías sociales
se hacen más frecuentes. No se encuentran más millonarios con problemas de haches
y se encuentran cada vez más exalumnos de escuelas públicas que venden aspiradores
y más pequeños tenderos que van a parar al asilo. Amplios sectores de la clase media
viven un proceso de proletarización; pero el hecho importante es que no adquieren
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