Page 138 - El camino de Wigan Pier
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no hay nada que hacer más que apretar los dientes e ignorarlos; su influencia será
mucho menor cuando el movimiento se haya humanizado. Además, su presencia no
puede constituir un obstáculo insalvable. Hemos de luchar por la justicia y por la
libertad, y el socialismo significa justicia y libertad cuando se le despoja de los
errores accesorios. Es lo esencial lo que hay que tener presente. Rechazar el
socialismo porque tantos socialistas son gente inferior es tan absurdo como negarse a
viajar en tren porque a uno no le es simpático el revisor.
Y hablemos ahora del militante socialista, en especial del tipo culto, redactor de
octavillas.
Estamos en un momento histórico en el que constituye una acuciante necesidad
que las izquierdas de todos los matices olviden sus diferencias y se unan. En una
pequeña medida, eso se está haciendo ya. Es evidente, pues, que los socialistas más
intransigentes tienen que aliarse ahora con otros con los que no están totalmente de
acuerdo. Por lo general, muestran una gran resistencia a hacer tal cosa, porque ven el
peligro —muy real— que representa diluir todo el movimiento socialista hasta
convertirlo en una especie de charlatanería moderada, más ineficaz aún que el
parlamentarista Partido Laborista. En este momento, por ejemplo, existe el gran
peligro de que el Frente Popular que se formará seguramente ante la amenaza del
fascismo no sea auténticamente socialista, sino que represente una simple maniobra
contra los fascismos alemán e italiano, pero no contra el fascismo inglés. Así, la
necesidad de presentar un frente unido al fascismo podría llevar a los socialistas a
aliarse con sus peores enemigos. Pero el principio del que hay que partir es éste:
nunca se corre el peligro de contraer una alianza equivocada si se mantienen bien a la
vista los principios esenciales del propio movimiento. Y ¿cuáles son los principios
esenciales del movimiento socialista? ¿Cuál es el distintivo de un verdadero
socialista? Yo diría que el auténtico socialista es aquel que no sólo cree deseable, sino
que desea activamente ver derrocada la tiranía. Pero me imagino que la mayoría de
los marxistas ortodoxos no aceptarían esta definición, o la aceptarían sólo con
muchos reparos. A veces, cuando les oigo hablar, y más aún cuando leo sus libros,
tengo la impresión de que, para ellos, el movimiento socialista no es más que una
especie de frenética caza del hereje, un ir de aquí para allá de enfurecidos brujos
gritando al son de los tambores: «¡Huelo la sangre de un desviacionista de derecha!».
Es debido a este tipo de cosas que es mucho más fácil sentirse socialista cuando se
pertenece a la clase obrera. El socialista de clase obrera, como el católico de clase
obrera, está flojo en doctrina y apenas puede abrir la boca sin decir una herejía, pero
él representa el espíritu de esa doctrina. Comprende el hecho fundamental de que el
socialismo significa el derrocamiento de la tiranía, y si se la tradujeran, la Marsellesa
le diría muchas más cosas que ningún tratado de materialismo dialéctico. En estos
momentos es perder el tiempo insistir en que la aceptación del socialismo implica la
aceptación del aspecto filosófico del marxismo más la adulación a Rusia. El
movimiento socialista no tiene tiempo de ser una liga de materialistas dialécticos; ha
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