Page 133 - El camino de Wigan Pier
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incorrecta y deformada, si se hace creer a la gente que el socialismo no significa gran
cosa más que tirar a la basura la civilización europea bajo la dirección de los pedantes
marxistas, existe el peligro de empujar a los intelectuales al fascismo. Todo eso les
asusta, y adoptan una actitud de irritada defensa desde la cual se niegan en redondo a
escuchar una sola palabra en favor del socialismo. Algo de esta actitud es ya
claramente perceptible en escritores como Pound, Wyndham Lewis, Roy Campbell y
otros, en la mayoría de los escritores católicos y en muchos del grupo de Douglas
Credit, en algunos novelistas populares e incluso, si se mira un poco más allá de la
superficie, en intelectuales conservadores como Elliot y sus innumerables discípulos.
Para algunos inequívocos ejemplos del desarrollo de la mentalidad fascista en
Inglaterra, basta leer algunas de las innumerables cartas que fueron escritas a los
periódicos durante la guerra de Abisinia, apoyando a los italianos, y la oleada de
entusiasmo que se elevó de los púlpitos católicos y anglicanos al producirse el
levantamiento fascista en España (véase el Daily Mail del 17 de agosto de 1936).
Para combatir el fascismo es necesario entenderlo, lo cual implica reconocer que
contiene alguna cosa buena además de las muchas malas. Desde luego, en la práctica,
no es más que una vergonzosa tiranía, y sus métodos para alcanzar y conservar el
poder son tales que incluso sus más ardientes defensores prefieren no hablar de ellos.
Pero la idea fascista básica, la que primero atrae a la gente a las filas fascistas, puede
ser menos despreciable. Los motivos de esta gente no son siempre, como le llevaría a
uno a pensar el Saturday Review, el histérico temor al demonio bolchevique. Todo el
que conoce un poco el movimiento fascista sabe que muchos militantes fascistas de la
base son personas bien intencionadas y auténticamente preocupadas, por ejemplo, por
mejorar la situación de los desempleados. Pero más importante que esto es el hecho
de que el fascismo extrae su fuerza de las formas positivas del conservadurismo, y no
sólo de las malas. Se atrae, por ejemplo, a los partidarios de la tradición y de la
disciplina. Es muy fácil, probablemente, cuando se sufre una indigestión de la
variedad más torpe de la propaganda socialista, ver el fascismo como la última
defensa de todo lo bueno de la civilización europea. Hasta el matón fascista en su
forma más negra, el de la porra de goma en una mano y la botella de aceite de ricino
en la otra, no se considera necesariamente un matón; es más probable que se vea a sí
mismo como un Rolando en Roncesvalles, como un defensor de la cristiandad ante
los bárbaros. Hemos de admitir que si el fascismo está ganando adeptos en todas
partes, se debe en gran medida a los errores cometidos por los socialistas. Se debe en
parte a la equivocada táctica de los comunistas de sabotear la democracia, es decir, de
tirar piedras contra el propio tejado, pero aún más al hecho de que los socialistas, por
así decirlo, han presentado mal su causa desde el principio. Nunca han dejado
suficientemente claro que los fines esenciales del socialismo son la justicia y la
libertad. Con la atención centrada en los hechos económicos, han partido de la base
de que el hombre no tiene alma, y, explícita o implícitamente, han propuesto como
meta una Utopía materialista. Como consecuencia de esto, el fascismo ha podido
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