Page 129 - El camino de Wigan Pier
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parecía a la gente lo más natural, y sólo unos cuantos excéntricos, que aparecían cada
           cien  o  doscientos  años,  proponían  innovaciones.  Así,  cosas  como  la  carreta  de
           bueyes,  el  arado,  la  hoz  y  otras  no  fueron  en  absoluto  modificadas  durante
           larguísimos períodos de tiempo. Se sabe que el tornillo, por ejemplo, se ha venido

           usando desde épocas remotas, pero hasta mediados del siglo XIX a nadie se le ocurrió
           ponerle punta; durante miles de años, los tornillos tuvieron el extremo plano, y, para
           introducirlos  en  algún  material,  había  que  perforar  éste  previamente.  En  nuestra
           época, una cosa así sería imposible. Todo occidental moderno tiene desarrollada en

           alguna medida la capacidad de inventiva; el occidental inventa máquinas con tanta
           naturalidad como el polinesio se desliza por el agua. Ante cualquier trabajo manual,
           el occidental se pondrá inmediatamente a pensar en una máquina que lo hiciese en su
           lugar;  ante  una  máquina,  se  pondrá  a  pensar  en  la  forma  de  perfeccionarla.  Yo

           comprendo  esta  tendencia  bastante  bien,  pues  tengo  también  esta  mentalidad.  No
           tengo  ni  la  paciencia  ni  los  conocimientos  de  mecánica  necesarios  para  inventar
           ninguna máquina que funcione, pero veo constantemente los espíritus, por así decirlo,
           de posibles máquinas que me evitasen la molestia de usar el cerebro o los músculos.

           Una persona aficionada a la mecánica construiría probablemente alguna de ellas y la
           utilizaría. Pero, en nuestro actual sistema económico, el hecho de que la construyese
           —mejor dicho, el hecho de que alguien más se beneficiase de ella— dependería de su
           posible valor comercial. Por ello, los socialistas tienen razón cuando afirman que la

           rapidez del progreso mecánico será mucho mayor una vez instaurado el socialismo.
           Dada una sociedad industrial, el proceso de invención y perfeccionamiento tiende a
           continuar  indefinidamente,  pero  la  tendencia  del  capitalismo  es  la  de  frenar  este
           proceso, porque todo invento que no prometa beneficios a corto plazo es desechado;

           incluso, algunos inventos que amenazan con reducir los beneficios son boicoteados
           de forma casi tan implacable como el vidrio flexible citado por Petronius             [19] . Con el
           socialismo,  eliminado  el  móvil  del  lucro,  el  inventor  tendría  las  manos  libres.  La

           mecanización del mundo, ya muy rápida, sería, o al menos podría ser, enormemente
           acelerada.
               Pero esta perspectiva es un tanto siniestra, porque ya ahora es evidente que el
           proceso de mecanización está fuera de control. Ello ha ocurrido sencillamente porque

           la humanidad se ha habituado a él. Un químico perfecciona un nuevo sistema para
           sintetizar el caucho; un mecánico inventa un nuevo modelo de perno de émbolo. ¿Por
           qué?  No  para  ningún  fin  claramente  formulado,  sino  simplemente  por  el  afán  de
           inventar y mejorar, que se ha convertido en instintivo. Si un pacifista entra a trabajar

           en una fábrica de bombas, al cabo de dos meses inventará un nuevo tipo de bomba.
           De ahí la aparición de cosas tan diabólicas como los gases asfixiantes, de los que ni
           sus propios inventores esperan que beneficien a la humanidad. Nuestra actitud hacia
           cosas como los gases venenosos debería ser la actitud del rey de Brobdingnag hacia

           la  pólvora;  pero,  como  vivimos  en  una  época  mecánica  y  científica,  estamos
           imbuidos por la idea de que, ocurra lo que ocurra, el «progreso» debe continuar y la



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