Page 136 - El camino de Wigan Pier
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           ¿ Q      ué se puede hacer?
                        En  la  primera  parte  de  este  libro  he  descrito,  con  algunas  breves

           digresiones,  los  problemas  que  nos  afligen.  En  esta  segunda  parte  ha  tratado  de
           explicar por qué, en mi opinión, tantas personas normales y honradas están en contra
           del único remedio posible a estos problemas, el socialismo. Está claro que la tarea
           más urgente para estos próximos años es atraerse a estas gentes normales y honradas

           antes de que el fascismo triunfe definitivamente.
               No quiero abordar aquí la cuestión de los partidos y de las fórmulas políticas. Más
           importante  que  ninguna  etiqueta  de  partido  (aunque  sin  duda  la  sola  amenaza  del
           fascismo dará lugar próximamente a la aparición de algún tipo de Frente Popular) es

           la difusión de la doctrina socialista en una forma efectiva. Hay que preparar a la gente
           para que actúen como socialistas. Yo creo que hay innumerables personas que, sin ser
           conscientes de ello, simpatizan con los objetivos esenciales del socialismo, y podrían
           ser ganadas para sus filas con muy poco esfuerzo, si se supiese encontrar las palabras

           con  que  hablarles.  Todo  el  que  sepa  lo  que  es  la  pobreza,  todo  el  que  odie
           verdaderamente la dictadura y la guerra está, en potencia, del lado del socialismo. Me
           propongo  aquí  sugerir  —forzosamente  en  términos  muy  generales—  cómo  podría
           llegarse a una reconciliación entre el socialismo y sus enemigos más inteligentes.

               Quiero  aclarar  ante  todo  que,  al  hablar  de  enemigos  del  socialismo  me  refiero
           aquí  a  aquellas  personas  que  están  en  contra  del  capitalismo  pero  que  tienen  una
           sensación  de  inquietud  y  fastidio  cuando  se  habla  de  socialismo.  Como  ya  he
           indicado, esto sucede, básicamente, por dos razones. Una es la inferioridad personal

           de  muchos  socialistas;  la  otra  es  el  hecho  de  que  el  socialismo  es  asociado  con
           excesiva frecuencia con una grosera idea del «progreso» que repugna a todo el que
           tenga algún aprecio por la tradición o que posea algún rudimento de sentido estético.
           Voy a desarrollar primero este segundo punto.

               El desagrado hacia el «progreso» y la sociedad industrial, tan frecuente entre la
           gente sensible sólo es defendible como reserva mental. No es válido si se toma como
           razón para oponerse al socialismo, porque presupone una alternativa que no existe.
           Cuando se dice «Me opongo a la mecanización y a la estandarización, y, por tanto,

           me opongo al socialismo», se está diciendo: «Soy libre para renunciar a las máquinas,
           si así lo decido», lo cual es absurdo. Todos dependemos de las máquinas, y si las
           máquinas dejasen de funcionar la mayoría de nosotros moriríamos. Se puede odiar la
           sociedad industrial, y probablemente es acertado odiarla, pero, por el momento, la

           cuestión de aceptarla o rechazarla no se plantea. La sociedad industrial está ahí, y
           sólo es posible criticarla desde dentro, porque todos estamos dentro de ella. Sólo los
           tontos románticos se jactan de haber escapado a ella, como el escritor en su chalet
           Tudor con cuarto de baño e instalación de agua caliente, y el Tarzán moderno que se



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