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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar



             quedaríamos recordando y debemos apurarle, porque hay que ir a hacer el almuerzo…!

               Los domingos, como los abuelos  y las abuelas  eran demasiado  devotos y cre-
             yentes en Dios que, para mi concepto, fue donde estuvo el éxito en todo lo que se
             emprendió  y por eso, nuestra vida fue espectacularmente  hermosa  y como está-
             bamos ubicados a 4 cuadras de la plaza de Bolívar y de las más importantes igle-
             sias, incluyendo  la catedral  primada,  la misa de domingo,  con toda la familia,  no
             podía faltar. Pero surgió un problema que para la sociedad de la época (1900), era
             delicadísimo,  debido  a que los habitantes del barrio Egipto, era gente trabajado-
             ra y campesina, su vestuario, para el cachaco de dedo parado era humilde, o sea,
             no tenían vestido de paño que, según ellos, eran los apropiados para asistir a misa.


               Nuestros ancestros rechazaron inmediatamente esta absurda medida, nombraron un
             comité de habitantes berracos y metelones, se fueron a la casa arzobispal (que toda-
             vía existe), junto a la catedral primada, para exigirle al obispo de Bogotá, que mediara
             desde los púlpitos y vaciara a los feligreses, para que esta medida sobre el vestuario,
             no impidiera el desarrollo de la fe de los habitantes del barrio Egipto, mi hermoso barrio
             Egipto.  Además, le exigieron al obispo que nombrara un párroco en propiedad, porque
             ellos se comprometían a construir una iglesia tan grande, que invitarían a esos cacha-
             cos que los rechazaban por no tener ropa de paño, pero que tenían un corazón ama-
             ble y unas ganas de surgir inmensa, sin tener en cuenta la vestimenta, como así fue.


               Por eso, en 1915 (hace 105 años), fue nombrado el padre Luis Alejandro Jiménez,
             quien fue el que me bautizo, caso a mis tías y tíos, y organizo con mis abuelos y abue-
             las, una iglesia que se viera desde todos los puntos de Bogotá, donde cada 6 de enero,
             todos esos cachacos que nos criticaban la forma de vestir, con el tiempo nos tendrían
             que pedir permiso para adorar a nuestro divino niño Jesús y otros santos milagrosos,
             como se hace en la actualidad.


               Ahora sí, que tal si disfrutamos, después de esta tremenda historia, un chocolate
             bien santafereño, bien egipcio, bien espumoso, como el que hacia mi tía Alicia, mi
             tía Helena o Mercedes (la señora esposa del tío Víctor) o mi madre, batido con mo-
             linillo  de madera y siempre esperando  que tuviera sus tres hervidas, para servirlo
             con almojábanas y queso que, aunque a mí no me gusta, a Amandita y Óscar Isi-
             dro, les fascinaba.  Yo cambiaba  el queso  por mas almojábanas,  para  hacer  “sopi-
             tas”, como me había enseñado la abuela Emelina. Al fin de cuentas, ese chocolate,
             era sencillamente  espectacular,  Ahh…! Que ricooo…! Cuando  disfrutamos uno…?


               Para terminar el cuento, todos los 6 d enero, subía toda la familia y todo Bogotá, ale-
             gres y vestidos, como nos diera la gana, a la punta, a nuestro querido barrio Egipto, a
             visitar nuestra catedral. Todos llegaban a la casa de la tía Alicia, imponente y hermosa
             casa de ladrillo de 2 pisos, que cuando mi tío Isidro y mi tía Alicia la construyeron, se
             notó el buen gusto, ya que si ustedes, estimados lectores y lectoras, se pararan en




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