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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar
Cogía al divino niño, lo ponía contra la pared y decía: “Haga…haga…haga…
divino niño” y decía la petición del favor o gracia requerida, cuando el testimonio
era positivo, porque se había cumplido, en presencia de la persona que había hecho la
solicitud, el cura volteaba la estatuilla del divino niño y decía: “Bien hecho… bien he-
cho... millón de gracias mi divino niño”, al principio regalaba las estatuillas, cuando
los fieles a quienes les había hecho el milagro le preguntaban, cuanto le debían, él les
contestaba: “Nada hijos, es con mucho amor, (tan querido el padrecito), pero me
puedes dar lo que tu quiera, hija mía o hijo mío, lo que más me interesa, es que
sigas propagando esta fe y el milagro que acaba de hacerte el divino niño del 20
de julio, que lo sigas contando a toda tu familia y amigos y que ellos a su vez, lo
hagan también”. Ahí estuvo el éxito, en la publicidad “voz a voz” que, según mi expe-
riencia en mercadeo y publicidad, es la más efectiva.
LOS ZAPATOS DE
CASTIGO
Cuando entre a cuarto de primaria en el colegio Agustiniano centro, en esa época
no habían más, lo que había, eran proyectos para construir otras sedes, que en la
actualidad aun existen, incluso la universidad Agustiniana. Nótese que los sacerdotes
Agustinos recoletos, tenían mucha proyección hacia el futuro, a mi padre lo querían in-
volucrar en estos proyectos y él nunca quiso… que lastima… que frustración… pero en
fin, continuemos con nuestra historia. Mis padres me sacaron tarjeta roja, con relación
al gasto de zapatos del uniforme diario, no se explicaban como gastaba, en menos de
3 meses, 4 pares de zapatos, lo que ellos no sabían, era que cuando llovía, yo me ve-
nía por la calle 11 de la carrera cuarta hasta mi casa, de charco en charco. Entonces,
la gran idea, fue comprarme unos zapatos que fueran resistentes a todo terreno, yo
pensé que nunca los iban a encontrar, pero ahí me convencí, que uno nunca debe
decir nunca. Me compraron zapatos grulla, se les conocía los zapatos tractor, que
primero se acababa el pie que los zapatos. Les cuento, estimados lectores, que se
me ampollaron los pies, me dolían todo el día y además del matoneo que me hicieron
en el colegio, el hoy llamado bullying. Yo chillaba a escondidas porque el castigo fue
violento pero merecido, ahora que soy padre, le doy la razón a mis padres.
Como al año después, le conté a Jorge y a Blanca lo que hacia y ellos me dijeron:
“Esperábamos eso de ti, lección aprendida, si no lo vuelves a hacer, volveremos a los
zapatos normales”, definitivamente mis padres eran sabios, de una les dije que si y
todos felices.
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