Page 261 - Biografia
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Jorge Humberto Barahona González
UN ÁNGEL LLAMADO
MARIO PALACIOS...!
De tumbo en tumbo, llegue a vivir en una piecita, en una casa de inquilinato, ubicada
a la vuelta de la iglesia del barrio Simón Bolívar, y digo piecita porque media 3 mts x 3
mts, sin exagerar, quedaba en el último rincón de la casa. El dueño, viendo mi nece-
sidad y el respaldo de la negra, quien era mi fiadora y, además, el viejo tan pronto la
vio quedo tragado. Eso fue ganancia para mí, ya que me la arrendo inmediatamente.
Esa piecita, después me entere que era utilizada como cocina del apartamento del al
lado y que cuando me la arrendo, a los de ese apartamento, les toco compartir el baño
conmigo, la cocina les toco trasladarla al primer piso, no me cabía sino la cama sencilla
de Sandra, que como gesto humanitario y a escondidas de los chinos (Jorge Alejandro
y Sandra), la negra me la había regalado. Mi ropa la colgaba en la pared con ganchos,
pero mire como es mi Dios de grande, me sirvió haber estado viviendo en esas con-
diciones, cuando el SISBEN fue a hacerme la visita domiciliaria, para que yo pudiera
acceder al restaurante comunitario, en el salón comunal del barrio san Fernando, pero
esta es otra historia apasionante, cuando quiera, al calor de una ginebra granizada se
la cuento, por lo pronto continuemos.
Volvamos al inquilinato, cuando llovía, llegaban mis problemas, porque el baño que-
daba a fuera, en el corredor que conducía a la piecita y debajo de unas telas y canales
rotas, entonces, tocaba colocar bolsas plásticas en mis destartaladas chanclas ama-
rradas con cauchitos, cuando en las noches lluviosas, tocaba ir al baño, ahh…! Y de
tantos aguaceros, para variar, mis zapatos se rompieron por debajo y me tocaba coger
bolsas plásticas y cartón, para ponérmelos en los pies, encima de las medias para no
mojarme los pies.
En un día común y corriente, de esos maravillosos días, donde salía de la piecita a
las 6 de la mañana y llegaba a las 7 de la noche “mamao” de caminar por las calles de
arriba abajo, sin rumbo, sin desayunar, almorzar o comer, me encontré con William Ra-
mírez, mi cuasi cuñado (cuando quieran les cuento porque), un amigo de juventud, ve-
cino de mi casa desde cuando llegamos al barrio Simón Bolívar en 1967. De inmediato
le conté mi estado de depresión y mi situación económica, me acogió y para distraerme
y sacarme del estado en el que estaba, me invito a celebrar el cumpleaños del dueño de
un almacén en el barrio Simón Bolívar, el señorazo Mario Palacios, quien se convirtió,
desde ese momento, en el gran ángel llamado Mario Palacios y amigo incondicional.
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