Page 302 - Biografia
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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar


                                              CUASITIA PAULINA ROZO

                                                       TÍA PAULINA


               Siempre olía muy rico, alguna vez me llevo a su apartamento y descubrí porque su
             aroma era tan especial. En su baño tenía una tina grande y siempre se bañaba con
             esencias, perfumes y flores importadas, cuando yo la conocí, tenía 81 años y tuve el
             privilegio de que me contara cuál era su secreto para la eterna juventud. Murió señorita,
             eso era lo que le contaba a su sobrino favorito, mi padre. Era hermana de mi abuela pa-
             terna, Emelina Rozo. Nos visitaba los domingos, primero en la casa del barrio Egipto y
             después a la casa del barrio Simón Bolívar. Llegaba los domingos a las 7 de la mañana
             y se iba a las 5 de la tarde.


               Nos daba muchos consejos, se leía el periódico el Tiempo dominical de cabo a rabo,
             antes de que mi padre lo hiciera, eso le sacaba la piedra a mi padre, nunca se lo dijo
             a la tía, pero se desquitaba con nosotros, siempre nos decía lo mismo: “Es que su tía
             Paulina no respeta mi descanso, carajo” y duraba refunfuñando por varios días. La
             cuasitia Paulina tenía su cabello totalmente blanco y muy corto, los perfumes, abrigos,
             accesorios, cartera y zapatos, siempre eran muy finos, de estatura alta, como todos los
             Barahona Rozo y era una cachaca muy culta y elegante.


               Vivía con su otro hermano, Juan Rozo (a quien yo le decía tío Juan), era un industrial
             de panadería y bizcochería, muy respetable y afamado en el barrio Alfonso López, en
             el marco del parque principal del barrio, es conocido como el barrio santa Marta, ya que
             se le hace culto todos los martes, en la iglesia de la virgen de santa Marta, patrona (yo
             lo he comprobado, tengo muchos testimonios), de los imposibles. Mi cuasitia Paulina,
             siempre que llegaba a la casa, nos llevaba mogollas chicharronas, pan francés, ros-
             cones con bocadillo, un delicioso pan de coco, todo recién salido del horno, mi padre
             siempre me decía: “A su tía Paulina yo creo que le toca robarse o comprar todo ese pan
             que nos trae, ya que el tío Juan es un viejo tacaño”.


                                              CUASITIO RAÚL GUERRA
                                                         TÍO RAÚL




               Era el esposo de la tía Elvira, hermana mayor de mi madre, desafortunadamente no
             lo conocí, ni en fotografías ni personalmente, pero por las cosas que me contaba mi
             madre, lo fui conociendo y me pareció un personaje muy fascinante. Fue curandero,
             andaba por todo el país con una camioneta con cornetas para perifoneo y adornada
             como una farmacia o droguería ambulante. Cada correría que hacia el cuasitio Raúl,
             que podía durar entre 20 y 45 días por veredas y pueblos de Colombia. En la camione-
             ta y en jaulas, llevaba iguanas, culebras, sapos, aves etc. todos vivos para hacer sus
             demostraciones.





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