Page 383 - Biografia
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Jorge Humberto Barahona González



               Gustavo y Yolanda tenían un restaurante bien montado frente al hospital de Berrío,
            vivían en la misma casa del local, Clemencia era la “jefe de cocina”, después de la
            muerte de mi tía Nonola dos años atrás, ella vivía y trabajaba con ellos. El éxito del
            restaurante se debía, como siempre, a un equipo de trabajo que comandaba la coci-
            nera, o sea, Clemencia. Debido al afecto y cariño especial que, desde pequeños tuve
            por Clemencia, empezaron los problemas con Yolanda y Gustavo. Me convertí en el
            “manager” y consejero laboral de Clemencia, ya que eran tan abusivos, que la hacían
            trabajar (desde que llego a Berrío), desde las 5 de la mañana, hasta las 12 de la noche,
            de domingo a domingo y como si fuera poco, cuando descansaba, le tocaba atender
            los oficios de la casa, todo por ser la tía de Yolanda y haber llegado dos años atrás en
            malas condiciones emocionales, a raíz de la muerte de la tía Nonola.


            La encontré baja de peso, desmotivada, enferma de las piernas (por la vena varice),
            con múltiples quemaduras en brazos y manos, durmiendo en un cuartico de 1.50 x
            1.30, donde no cabía sino una cama y un cajón para guardar su ropa, este cuartico
            estaba ubicado en el último rincón de la casa. Me dio tanta indignación que, desde ese
            momento, me propuse organizar la vida de Clema, no era justo el trato y el irrespeto
            que le daban a su persona, yo sabía lo complicado y difícil que iba a ser esto. Hable con
            Betty, que vivía en una casa amplia, bonita, limpia, con mucho amor de hogar, con sus
            dos hijos, Brenda y el pote, y lo más importante, lejos de Gustavo y Yolanda. Clema y yo
            nos fuimos a vivir allí (lógicamente cada uno en su habitación), y empecé por organizar
            con Clema, Gustavo y Yolanda, su horario de trabajo y sus descansos. Imagínense, es-
            timados lectores y lectoras, que Clema, en los dos años que llevaba en Berrío, no había
            disfrutado de muchos sitios turísticos, paseaba poco, rumbeaba poco (y con todo lo que
            nos gusta), no tenía amistades, ya que ningún amigo se le aguantaba el ritmo de vida.


               A raíz de mi llegada, empezamos a disfrutar Berrío, después de su turno de trabajo
            que quedo, una semana de 6 de la mañana a 2 de la tarde o máximo 2:30, ya que yo
            llegaba por ella a la hora que debía ser, como cualquier “novio intenso” (como me lo
            decían con la piedra fuera Gustavo y Yolanda). A punta de vaciadas y prácticamente
            obligada, le hacía quitar el uniforme de cocinera y le daba la compañía, el respeto y el
            cariño que se merecía, así se les parara el ombligo, se salieran de los pepiaos y me co-
            gieran bronca más de cuatro, como sucedió.  Pienso que, a raíz de mi llegada, “rompí”,
            con la monotonía y rutina de ellos, ya que por intermedio de Clema, que salía conmigo,
            empezamos a invitarlos a que dejaran esa esclavitud que tenían por el trabajo, salía-
            mos a disfrutar de piscinas, paseos, discotecas, cerveza, baile, amigos, etc. En fin, la
            vida agradable de puerto Berrío, desde ese momento, Yolanda me decía cariñosamen-
            te, Beto el bacán.


               Después de armonizar la vida con mi familia y con mi “amigo” Gustavo, y estabilizar
            la vida de Clema, me dedique a mis relaciones sociales y comerciales con las fuerzas
            vivas de Berrío (alcaldía, medios de comunicación, iglesia, etc.).






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