Page 90 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Así sucedió. Al llegar a Quito, la afición nos ofrendó un recibimiento
            extraordinario. Era una muestra más del cariño que nos tenían y para mi
            en el plano personal, era una nueva comprobación de la importancia,
            la gratitud y el respeto que uno debe guardar por la gente que ama el
            fútbol. Directamente desde el aeropuerto fuimos a almorzar al Rincón
            de Sicilia, que funcionaba y funciona hasta ahora en la zona de El Ejido.


            En la comida, el doctor Pablo Guerrero nos explicó que habían tomado
            esa determinación, porque los dirigentes de Guayas rompieron la
            palabra y la dignidad estaba en juego. La palabra es un compromiso
            que para mi es inviolable. Por eso, en mi vida siempre cumplí mi
            palabra a rajatabla. Un día dije en Buenos Aires no va más el fútbol
            como jugador y nunca más he vuelto a ponerme zapatos de fútbol.
            Otro día, hace 19 años dije no va más la dirección técnica y no fue
            más. Por eso me espeluznan los farsantes que bailan como fantasmas y
            no saben cumplir sus compromisos.

            En contrapunto a semejante desaire, AFNA y Concentración Deportiva
            de Pichincha decidieron enviarnos a los siete al Sudamericano de Lima
            en calidad de observadores. Compraron los pasajes, nos entregaron los
            viáticos y nos marchamos al Perú para mirar el Sudamericano. Sentimos
            pena  por  no  estar  en  la  cancha,  pero  vivimos  otras  alegrías  que  nos
            llenaron el corazón. Observamos todo el torneo, de principio a fin.


            Nunca me olvido de un golazo del delantero brasileño Evaristo.
            Apareció en la línea de fuego, en la arista de las 18 yardas por el lado
            izquierdo y de una volea espectacular colocó la pelota en el ángulo
            superior. Un golazo. Uno de esos goles de novela que reposan en la
            memoria para siempre. También admiré el juego del uruguayo Javier
            Ambrois, un delantero que se movía en el área como un relámpago
            que  conjuntamente  con  Humberto  Dionisio  Maschio  fueron  los
            goleadores del campeonato con 9 dianas.


            Argentina fue campeón con sobra de merecimientos. Con un equipo
            arrollador y espectacular, con un fútbol fino de alta clase. Ahí
            aparecieron los inolvidables ‘Caras sucias’: Enrique Omar Sívori,
            Angelillo y el ‘Bocha’ Maschio, al que se sumaba ese loco genial

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