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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       de nuevo, prosigue con

                       [117] los cólicos, vuelve a pedir el bacín que se le niega, lo hace por debajo, es pasado de
                       nuevo bajo la ducha fría, y así consecutivamente. Veinticuatro haras después, generalmente,
                       está muerto.
                            Desde la mañana hasta la noche, se oyen los gritos y las súplicas de los desgraciados
                       que son metidos en la ducha fría por el polaco Stadjeck. Dos o tres voces, durante la
                       operación han pasado cerca el Kapo o algún médico. Han abierto la puerta. Stadjeck ha dado
                       por explicación:
                            -- Er hat sein Bett ganz besch... Dieser blöde Hund ist so faul... habe kein warmes
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                       Wasser! ( )
                            El Kapo o el médico han vuelto a cerrar la puerta y se han marchado sin decir nada.
                            Pues, ciertamente, la explicación era inatacable: es necesario lavar a los enfermos
                       incapaces de hacerlo por sí mismos, y cuando no se tiene agua caliente...


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                            En la enfermería se está al corriente, poco más o menos, de los acontecimientos de la
                       guerra. Llegan los diarios alemanes, en especial el Völkische Beobachter, y todo el personal
                       escucha regularmente la radio. Evidentemente sólo se tienen las noticias oficiales, pero se las
                       tiene rápidamente y esto ya es algo.
                            También se está al corriente de lo que pasa en los otros campos: unos infelices que han
                       estado en dos o tres campos antes de venir a parar a Dora, cuentan a lo largo de la jornada la
                       vida que han llevado en ellos. Así es como se conocen los horrores de Sachsenhausen,
                       Auschwitz, Mauthausen, Oranienburg, etc. Es así cómo también se sabe que existen campos
                       muy humanos.
                            En agosto, el alemán Helmuth fue mi vecino de cama durante unos diez días. Venía
                       directamente de Lichterfelde, cerca de Berlín. En este campo estaban 900 y, vigilados por la
                       Wehrmacht, procedían a limpiar de escombros los barrios bombardeados: doce haras de
                       trabajo, como en todas partes, pero tres comidas al día y las tres abundantes (sopa, carne,
                       legumbres, frecuentemente vino), sin Kapos  ni H-Führung, en consecuencia sin golpes. Una
                       vida dura, pero muy soportable. Un día, se pidieron especialistas: Helmuth era ajustador, se
                       levantó, le enviaron al túnel de Dora
                       [118] donde se le puso en las manos el perforador de roca. Ocho días después escupía sangre.
                            Anteriormente, había visto llegar a mi lado a un preso que pasó un mes en Wieda y me
                       contó que los 1.500 ocupantes de este campo no eran demasiado infelices. Naturalmente se
                       trabajaba y se comía poco, pero se vivía en familia: el domingo por la tarde, los habitantes del
                       pueblo iban a bailar a las afueras del campo al son de los acordeones de los internados,
                       mantenían con ellos amistosas conversaciones e incluso les llevaban víveres. Parece ser que
                       esto no duró mucho, que la S.S. se dio cuenta de ello y en menos de dos meses Wieda se
                       volvió tan duro e inhumano como Dora.
                            Pero, por lo demás, la mayoría de la gente que llega de otros sitios no cuenta más que
                       casas horribles, y entre ellas las más pavorosas son las de Ellrich. Nos llegan en un estado
                       inimaginable y no hay más que verlos para estar persuadido de que no inventan nada. Cuando
                       se habla de los campos de concentración, se citan Buchenwald, Dachau, Auschwitz, y esto es
                       una injusticia: en 1944-45 era el turno de Ellrich el peor de todos. Allí no había alojamiento,
                       vestido ni alimentación, tampoco enfermería, y sólo se era empleado en trabajos de
                       explanación bajo la vigilancia de la escoria de los verdes, de los rojos y de la S.S.
                            Fue en la enfermería donde conocí a Jacques Gallier, llamado Jacky, payaso de circo en
                       Medrano. Era fuerte entre los fuertes. Cuando uno se lamentaba de los rigores de la vida del
                       campo, él respondía invariablemente:
                            -- Yo he pasado dos años y medio en Calvi, ( ) comprende. Desde entonces  estoy
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                       acostumbrado. --Y continuaba--: Amigo, en Calvi la cosa era igual: el mismo trabajo, la


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                         ¡El ha c... totalmente su cama! Este idiota es tan perezoso... y no tengo agua caliente!
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                         Penal francés en la isla de Córcega. (N. del T.)

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