Page 118 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
         el retorno de los judíos, y ellos me dejan consumirme en esfuerzos
         estériles. Puedo morir sin haber colocado los fundamentos de esta
         obra, y la causa estaría entonces perdida.

                                                     10 de junio de 1898.
            Séptimo aniversario de mi hijo Hans. Le he obsequiado una ban-
         dera de Sion: el escudo de David, con seis estrellas en los seis trián-
         gulos y arriba, la séptima. En el centro, el león de Judea, según un
         diseño del pintor Okin.


                                                   11 de agosto de 1898.
            Recibí hoy la visita de Federico S. De París. Consulté su opinión
         sobre mi proyecto pues, hace tres años, le di a leer el manuscrito de
         mi “Estado Judío”, en el Hotel Castilla, calle Combon. Quedó con-
         fundido y turbado, y me dijo: “Estoy con Ud. tiene Ud. razón, verda-
         deramente tiene razón”.
            Es el caso Dreyfus que le ha convertido. Así como él, que me ha
         creído loco, volverán los demás a mí. ¿Qué hubiera sucedido si me
         hubiera dejado disuadir por esta gente? El mundo perdería una idea
         y el pueblo judío, este gran Movimiento. ¡Qué grande ha sido la res-
         ponsabilidad de la gente que quiso detenerme en mi camino, y qué
         leve su castigo! Se turban un instante y dicen simplemente: ¡Ud. tie-
         ne razón”.

                                                   25 de agosto de 1898.
            De nuevo en Basilea.
            Son cada vez más raras las veces que anoto mis impresiones ínti-
         mas. Todo se ha vuelto acción.

                                                   29 de agosto de 1898.
            Ha pasado el primer día del Congreso.
                                         *
            La cuestión es saber si la embriaguez del Congreso se disipará sin
         dejar profundas huellas. Del Banco nos queda una esperanza. Mar-
         cos Baruj, el anarquista que conquista el sionismo, me acompañó
         ayer al hotel cuando volví a las once de la noche, después de tres reu-
         niones y sin haber tenido tiempo para cenar. Me dijo: “¡Lamento que


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