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ARMADURA EN EL 20-20


                                            Por: Md. Liseth Martínez Benalcázar

                  De pronto te encuentras en tu recamara, cerrada con llave desde afuera,
               sin posibilidad de salir de ella. Alrededor, solo hay espacios blancos y
               unos cuantos ventanales para observar el camino, que por cierto parece
               haber desaparecido, sin personas, sin movimiento, congelado.

                  “¿A dónde se fueron todos?” “¿Por qué no veo a nadie en el ca-
               mino?”. Recuerdas que eres el médico, quien trabaja sin parar y que,
               ante el encierro del mundo, debes estar presto y dispuesto a colaborar;
               no olvides que el médico consagra su vida para el cuidado y salud de los
               necesitados.  La senda elegida se transita sin compañía, ni cercanía, a
               menos que ante el milagro de que alguien aparezca, luzca su armadura en
               todo momento, igual que tú. Condición obligatoria para los años 20, de
               lo contrario sin protección no sobrevives.
                  Es así que inicia un día tan distinto, como extraído de una película,
               en el que tienes una ineludible misión que cumplir para que el bienestar
               general de los individuos sea el mejor posible, entregando soluciones,
               tratamientos, comprensión y amor a quienes lo necesitan. Y la paradoja
               es que agradeces que tu familia esté lejos, aislada, y que no sean ellos
               los receptores de esos elementos. Hubo quienes también cumplieron la
               misma función, entregando su vida por la causa; hoy sus poderes son más
               fuertes, incluyen alas y trascendieron el plano físico, terrenal. Es el ciclo
               de la vida, unos mueren, otros nacen, así funciona a la perfección, aunque
               sea difícil de entenderlo.
                  Tu madre siempre estará lista para brindarte aquel valeroso mensaje
               que surge como un pequeño susurro, pero llega como la más alta ex-
               clamación  vigorosa de valentía  y fortaleza.  Jamás te abandonará, con
               sus manos siempre prestas para ayudarte, aunque el abrazo protector no
               pueda ser recibido por la lejanía de los cuerpos; sin embargo, las almas
               más cercanas que nunca antes en la historia. Un día de esos, sintiendo
               aquello que solo las mamás conocen, acude al llamado de tu corazón, se
               materializa en tu puerta, sin armaduras, trajes, límites, barreras, porque
               sabe que su amor es la medicina más poderosa inventada desde el prin-
               cipio mismo del universo. Volverla a ver, conversar, compartir una taza
               de café e historias fantásticas es lo que necesitas, en estos años veinte,
               para renovarte y continuar. Afuera enfermedad, pánico, dolor, asecho es
               lo que sucede y tú puedes ser el siguiente.

                  Y como un soplo, desaparece sin dar señales de vida, apenas horas
               después de tan bendito encuentro. Mensajes sin leer, llamadas sin con-
               testar, minutos que se volvieron siglos, llenos de vacío, de nada. La tierra
               se la había tragado. ¿Acaso era posible aquello? Entonces la cabeza te

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