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grita: “¿Dónde está?” “¿Es tu culpa?”; la voz desaparece, el silencio
ensordece, y el destino se confabula con tu existencia para que te cambies
de trabajo, te mudes de ciudad y empieces de nuevo. “¿Justo ahora, así
sin más?” pensaba. Dentro de la tragedia general, y el caos personal, el
presente también se llevaba al hospital, los amigos, el entorno, las con-
versaciones, las palabras de apoyo. Las fuerzas universales barajan y
vuelven a repartir el naipe de tu existencia para seguir jugando mientras
no sabes cómo proceder, sin tener tiempo de pensar. Todo quedaba atrás
en un parpadeo, con la angustia que crece ante tan notoria desaparición
inexplicable; eso sí, la misión vigente: bienestar general para salvar vidas.
Luego de viajar horas, días, que parecen la eternidad misma llegas
a tu nuevo destino, a trabajar desde que pones un dedo del pie en aquel
lugar. El alineamiento astral, una vez más perfecto en su máxima ex-
presión, te prepara una sorpresa inimaginable al presentarte a tu madre,
en una de las camas de aquel hospital al que acabas de llegar a trabajar.
Efímera sensación de felicidad, ante el doloroso cuadro de la imborrable
imagen que se guardaría en la memoria para siempre.
Ahí estaba ella indefensa, sola, desgastada, librando su propia guerra
contra el enemigo invisible que mata en milésimas de segundo ante el
mínimo descuido. Cuadro crítico que tenía en ejecución a todas las con-
diciones necesarias para ese fatal desenlace, al que nadie quiere llegar.
¡Qué ironía! Aquella mujer que siempre te cuidó, curó, protegió con la
más noble magia, ahora depende de ti y tu conocimiento para vivir. In-
evitable mezcla de emociones entre lo personal y lo laboral, mientras
imploras al cielo por un milagro. ¡Tu madre es tu paciente!
Pero tú eres médico, no lo olvides, y necesitas toda la concentración,
con los sentidos activados en modalidad de guerra, para cumplir con la
consigna recibida, porque es ella, para recordarte en su reflejo, que todos
quienes lleguen a tu vida son igual de importantes, porque también hay
quienes esperan por ellos. ¡Enorme lección!.
Se vuelve un camino rocoso e imposible de transitar, ante la desco-
munal lucha entre los sentimientos y la razón. Y sólo estás en ese nuevo
lugar de trabajo unas pocas horas de tu primer día. “¿Qué más podría
pasar?” piensas, mientras eliges sabiamente dar un paso al costado para
que otros se hagan cargo del caso; duele, pero es lo que corresponde.
Una elección llena de sabiduría, para que el futuro empiece a diagra-
marse como alguna vez ya fue, con sonrisa y felicidad. Entonces, con
todo el convencimiento, fe y certeza, tu corazón decreta con firmeza lo
que deberá pasar, porque así lo has pedido: “¡Levántate madre mía, de
esa cama tan fría!” y tu voz retumba en el infinito, mientras confías sin
descuido, que el tiempo haga lo que tenga que hacer para que la petición
se materialice; mientras tanto, a retomar la misión para servir al resto de
involucrados que también necesitan de ti.
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