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En fin, tomé todas las medidas necesarias, y no fue suficiente. Un día
en mi domicilio empecé con malestar general y dolor de piernas, pare-
cido al que se presenta luego de hacer ejercicio, pero no le puse mayor
atención, dado que la noche y madrugada anteriores el frío había sido
muy fuerte en el hospital, además del poco descanso y pasé de pie toda la
jornada. Al día siguiente, mucho sueño y un leve dolor de garganta, sin
causa aparente y dentro del contexto descrito pensé que sería faringitis
o una simple gripe. No obstante, los síntomas se hicieron muy fuertes,
acompañados de dolor de cabeza. Me auto mediqué, al ver que mi gar-
ganta estaba inflamada, sin mayor resultado y en el pasar del tiempo, la
comida cambió de sabor.
Asistí al turno, con el cuadro sintomático que aumentaba, lo cual fue
detectado de inmediato por la jefa de guardia, quien me llamó a conversar.
Como resultado, me dijo que era sospechosa para Covid-19 lo que, de la
impresión, me llevó a toser muy fuerte. De inmediato me dieron alta del
turno y rumbo al área de imagen para someterme a una tomografía, la
misma que evidenció un pequeño esmerilado; por lo tanto, a casa a aisla-
miento. Esa misma tarde perdí el olfato, el gusto ya estaba alterado, y en
lo posterior presenté manchas en la piel, de manera específica en el tórax
anterior. La cefalea jamás desapareció. Más adelante, mareo, pérdida de
apetito, dificultad de movimiento, vómito y diarrea.
La angustia me carcomía. ¡Qué desesperante! Estuve en constante co-
municación con mis jefes, siguiendo todas las instrucciones recibidas, al
pie de la letra, en la que seguramente fue la fase más crítica de la enfer-
medad. Dos semanas después los síntomas disminuyeron, las manchas
desaparecieron y el malestar fue transformándose en alivio; sólo la fiebre
duró más días que el resto de los elementos descritos. Recuperé el ape-
tito y la dieta blanda se convirtió en mi aliada, para evitar que la náusea
vuelva a aparecer.
Conforme a lo que se ha descubierto en el tiempo de estudio de esta
enfermedad, cumplidos quince días correspondía una nueva tanda de
exámenes, con una nueva batalla: salir a la calle llena de miedo, sin-
tiéndome un foco infeccioso de alto riesgo. Los resultados confirmaron
que lo padecí y vencí; en consecuencia, la angustia también desapareció,
transformándose en alivio y agradecimiento por seguir con vida.
Al momento de escribir estas líneas, agosto 2020, he recibido el alta
definitiva, luego de más pruebas en los que los resultados salen nega-
tivos. Ahora se y entiendo, lo que varios han pasado o están cursando
este momento.
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