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Con los nervios del caso, llegó a mí el primer paciente con síntomas
            muy sugestivos de Covid-19, en dicho mes. Joven, quien cumplía diez
            días de odinofagia, tos seca, cefalea, alza térmica y disnea, aunque la
            saturación de oxígeno era normal. Ante esta disrupción, le dije que era
            probable que lo tuviera, ante lo cual el llanto fue inevitable de su parte,
            pensando en su madre e hija, con quienes convivía. ¡Qué difícil! En-
            tonces, le di tratamiento para los síntomas mostrados, y expliqué las me-
            didas de bioseguridad que debía implementar. Se marchó y de inmediato
            el  personal  de  limpieza  entró  a  desinfectar  el  consultorio,  de  manera
            minuciosa.
               En otra ocasión, una pareja de esposos entrados en los cincuenta años
            de edad, a quienes llamaré Luis y Genoveva para efectos literarios, junto
            a su hijo cercano a los treinta, médico también, quienes afirmaban estar
            contagiados, luego de haber visitado al padre de Luis, quien presentaba
            fiebre, dolores de espalda y garganta, disnea incesante y saturando debajo
            del 60% algunos días. No pudieron hacer mucho por él, ante este cuadro
            y el colapso de los hospitales de la localidad, pese a todos los intentos de
            traslado a los centros de salud por propios medios. Falleció en el carro en
            uno de los interminables trayectos, comentó Luis en su relato, mientras
            las lágrimas recorrían su rostro, igual que sucedía con su esposa e hijo. Le
            di un vaso con agua y felicité su esfuerzo heroico y que seguro su padre
            estaba agradecido por todas las acciones tomadas.
               Genoveva, por su parte, comentó el doloroso “Via Crucis” de trá-
            mites post deceso, también con el colapso de las funerarias, los cemen-
            terios, todos implementando  nuevos procedimientos  dentro del caos
            general que la ciudad vivía en esos momentos, situación mundialmente
            conocida. Trámite que lo iniciaron Luis y su hijo, pero lo terminó ella,
            dada la presencia de síntomas en los nombrados. En la conmoción obvia,
            escuchaba con atención lo que decían y era como ver a mis padres refle-
            jados en ellos, diciéndome una desgarradora historia de su vida. Claro,
            el procedimiento indica que no podía demorarme más de quince minutos
            por paciente, pero se habían agendado uno atrás del otro, lo cual me per-
            mitió completar la anamnesis en cada caso, con la curiosidad que los
            síntomas presentados eran distintos en cada uno.
               Luis y su hijo, quienes estuvieron en contacto directo con el abuelo,
            tuvieron síntomas entre leves y moderados, mientras que Genoveva de
            bastantes leves no había evolucionado. Añadieron a su relato que tu-
            vieron que pagar altas cantidades de dinero, per cápita, para acceder a una
            prueba cualitativa de Covid-19, dado que era difícil encontrar tiempo,
            espacio, cita y lugar para realizársela.

               Al momento de la consulta, los tres eran prácticamente  asintomá-
            ticos, dado que había pasado casi un mes desde los eventos detallados
            en párrafos anteriores, y el motivo de la consulta era el de someterse a
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