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Doce fueron los casos confirmados en el centro geriátrico, cinco de
ellos fallecidos. Fue un momento de sentimientos encontrados para mí,
porque además de haberlo anticipado, coincidió con que recibí la noticia
de que mi abuelo estaba delicado de salud, por sus múltiples enferme-
dades y me aterraba la idea de que el Covid-19 toque su puerta, ya que no
tendría retorno en el camino que nadie quiere transitar.
En otra ocasión correspondiente a un turno de la tarde, tuve que trans-
portar a una paciente de sesenta y siete años a otra unidad de salud, con
cuadro respiratorio grave, pero con resultados negativos en pruebas rá-
pidas. Dos horas tuvimos que esperar para que la reciban, puesto que
los colegas la sometieron a una nueva prueba rápida, así como buscaron
patrón de la enfermedad vía tomografía. Durante todo ese tiempo, su de-
terioro era notable, solo con soporte de oxígeno. Cómo son las cosas, a
los cinco minutos de recibirla, entró en paro cardiorrespiratorio por lo
que se inició actividades de soporte vital avanzado, equipo del que fui
parte dadas las limitaciones de personal en el sitio. La sacamos del paro,
pero el tiempo corría a toda velocidad.
Su hijo, angustiado, esperaba afuera. Junto a la doctora encargada le
informamos sobre la grave condición de su madre, con pronóstico des-
favorable. Casi de inmediato, mientras me preparaba para emprender el
viaje de retorno, los gritos de los médicos rompieron el ambiente: “¡Cayó
en paro de nuevo!”. Allí ya no hubo nada más que hacer. La muerte ron-
daba y se manifestaba de cuerpo entero ante mí, y nosotros, una vez más.
Esa noche fue complicada, puesto que mi estado de ánimo estaba al-
terado. Pensaba en lo sucedido con la señora, sobre si no hubieran sido
dos horas de espera, quizá el escenario hubiera sido distinto, difícil sa-
berlo. Lo cierto es que no me sentía bien y la afluencia al centro de salud
mantenía su alta intensidad. Tras varias horas de atención, un hueco es-
pacio-tiempo se me abrió para descansar en un sillón junto al escritorio,
me dormí de inmediato. Desperté en la madrugada adolorido, por la in-
comodidad del sitio, y en el proceso de reincorporarme tomé el teléfono
celular para revisarlo, actividad que no había hecho desde la tarde del día
anterior. Con tristeza, una prima mía tenía un lazo negro como imagen
de perfil en una de las más famosas redes sociales. Más adelante, mi
hermano también, luego otros familiares. Mi abuelo había fallecido a
sus noventa y un años de edad, a quien siempre admiré y agradezco por
todo lo que me enseñó con palabras y ejemplo. Un hombre de una fe
inquebrantable.
Fue un golpe muy fuerte. Me senté a llorar en el borde de la calzada,
molesto por la impotencia de no haberlo visitado en meses, dadas las
circunstancias descritas en estas líneas.
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