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CHEMA GONZÁLEZ ÁLVAREZ








        Los padres son parte importante en el proceso de enseñanza ¿Cuál ha sido en general tu experiencia con
        padres de alumnos?
        Muy positiva. Nunca he tenido ningún problema, sino más bien todo lo contrario; el trato ha sido muy correcto,
        pudiendo afirmar que en ocasiones hasta casi familiar.
        Los compañeros también son importantes en una profesión como la de profesor, ¿qué tal han sido las
        relaciones con tantos compañeros que seguro has tenido? ¿El balance es positivo?
        La gran movilidad del profesorado en estas zonas de la periferia asturiana es una de sus principales
        características, por lo que en los cerca de 34 años que llevo en Cangas he tenido varios cientos de compañeros.
        Pienso que el trato ha sido siempre el correcto, manteniendo en todo momento un mutuo respecto, incluso
        cuando se hayan podido manifestar opiniones diferentes. En muchos casos hemos establecido ciertos lazos de
        amistad que aún perduran hoy a pesar de la distancia. El haber compartido trabajo con tantas personas ha sido
        algo que realmente enriquece a uno profesionalmente, puesto que de todos se aprende.
        Una de condiciones laborales, siempre oímos que este trabajo es muy absorbente, que lleva todas la horas
        que se le quieran dedicar, pero…¿vivir para trabajar o trabajar para vivir?
        Pienso que ni lo uno ni lo otro, puesto que el equilibrio siempre está en el punto medio. Es imposible en nuestra
        profesión el llegar a casa y olvidarte por completo de lo acontecido por la mañana en el instituto. Para preparar
        material o corregir, lo tienes que hacer gran parte de las veces en casa, puesto que la jornada laboral matinal no
        da para ello. Ahora bien, también tiene que quedar tiempo para otros momentos en que las tareas y problemas
        laborables queden aparcados y te puedas dedicar a ti y a tu familia y amigos.
        Y para finalizar, es seguro que en tantos años de docencia tendrás muchísimas anécdotas, ¿Quieres
        contarnos alguna que recuerdes especialmente? ¿Y algún momento difícil?
        Diez años dando clase en la escuela rural pueden deparar una gran cantidad de situaciones anecdóticas que
        parecerían impensables en cualquier otro centro. Recuerdo en Piñera las veces que teníamos que desalojar el
        aula y abrir todas las ventanas porque cuando hacía viento, una estufa de leña, que nos servía para reforzar el
        escaso calor dos radiadores eléctricos, insuficientes para espacio tan grande. También me viene a la mente otra
        ocasión en que un alumno llegó corriendo diciendo que había un bicho en el servicio. Cuando fui a mirar, vi unos
        ojos grandísimos que asomaban por encima del nivel del agua de la taza del váter; era un sapo de considerables
        proporciones, que había entrado por la tubería. No era de extrañar que esto ocurriera, ya que el desagüe iba
        directo a la huerta de al lado y no había nada que impidiera a cualquier bicho subir por la misma. Un gesto de
        aprobación a aquellos pequeños depredadores que tenía por alumnos fue más que suficiente para que en pocos
        segundos el anfibio pasara a mejor vida.
        El peor momento lo pasé en Santiago de la Ribera (Murcia) cuando fui con un grupo de 15 alumnos/as, dentro del
        programa “Escuelas Viajeras”. Al llegar a Murcia, uno de los alumnos de 6º empezó a encontrarse mal y lo
        achaqué a que llevábamos unas 24 horas de viaje desde Cangas, incluyendo toda una noche en tren, donde la
        emoción del momento apenas les dejó dormir. Una vez en la Escuela Hogar donde nos alojábamos comprobé que
        tenía fiebre, por lo que decidimos llevarlo a un hospital cercano. Todavía se me respiga la piel cuando recuerdo el
        momento, a eso de medianoche, en que me dijeron que el niño tenía meningitis. El mal trago pasado a la hora de
        llamar a sus padres comunicándoles la mala noticia es difícil de describir; a ello me ayudó la médica que lo
        atendió, la cual se puso también al teléfono y dio una mejor explicación del hecho. Total que al final, otra noche
        más sin dormir, esta vez en la habitación de un hospital, intentando sustituir de alguna manera a unos padres
        ausentes, tan necesarios para un niño en ese momento y estado. Allí estuve hasta que su madre llegó a la tarde
        siguiente. A veces pienso en qué podría haber hecho con los otros catorce alumnos, ya que iba yo solo, si se
        hubiera encontrado mal en el trayecto de Oviedo a Madrid. Parece que al fin y al cabo, todavía tuvimos suerte.


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