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MANIFIESTO DEL SOCIALISMO NUEVO
PARA PONERSE A CAMINAR
Este manifiesto no es un eco de la protesta callejera o el grito escueto del hambre y las carencias. Las frases de cuño corriente sólo expresan el
precio de la opinión, no su valor. Tampoco es un resumen de datos estadísticos. Cuando el concepto es evidente, el dato sale sobrando, igual que
sobran los calificativos y denuestos. Es una propuesta sobre un nuevo camino de liberación del trabajo y transformación del mundo, que va más
allá de las respuestas superficiales y eventuales y defiende el verdadero interés de los trabajadores y los pobres.
Se inspira en las grandes batallas que México y los trabajadores han librado. Las acciones del pueblo guiado por Hidalgo, Morelos, Juárez, Made-
ro, Villa y Zapata, que rompieron las cadenas y abrieron paso a la nueva historia; los combates de los trabajadores del mundo en los últimos 160
años. La enseñanza de ellos es simple pero de gran valor: la libertad no se regala, se conquista. Para alcanzarla se deben empuñar las armas de la
dignidad, la democracia y la justicia; dejar atrás las costumbres del paternalismo y la sumisión. De nada servirá manipular los motivos, conducir
las masas o usurpar la autonomía del pueblo. En la lucha que se aproxima todos son protagonistas. Y para participar en las batallas no basta tener
conciencia. El cinismo ha penetrado la opinión y permite darse cuenta pero mirar la opresión con indiferencia. Hacerse responsable del destino
del trabajo, del mundo y la humanidad es la tarea.
Debemos tener presente: ayer, hoy y siempre, el trabajo ha sido, es y será la fuente principal de la vida social. Su liberación es la necesidad más
urgente de nuestro tiempo, sólo así el mundo y la humanidad podrán sacudirse la opresión y la miseria. Esta es una verdad de todos los tiempos,
ocultada hoy por la comunicación, por los gobiernos, por la mayoría de las corrientes políticas. Es ignorada incluso por los mismos trabajadores
que, con su mente oscurecida, creen vivir mejor porque consumen, mientras la mitad de los mexicanos vive en la pobreza.En tanto, el espectro
de un poder inhumano, antinacional y antisocial, encabezado por la pandilla de EU, Europa y Japón, a la que se suman China y Rusia, se disputa
el dominio del mundo. Un poder que, reviviendo al nazismo, persigue su fantasía del dominio milenario y cree que ya no habrá otra historia.
“¡Derriben las fronteras nacionales, anulen los derechos laborales, arriba la modernización, la democracia y el mercado libre, abajo el estado,
muera el socialismo, viva la competencia, la historia ha terminado, la época de las revoluciones ha pasado!” Son los aullidos escuchados en con-
gresos y parlamentos, en foros internacionales y élites empresariales, ante el estupor de los trabajadores que hoy carecen de criterio para juzgar
lo que sucede o se limitan a emigrar a los centros imperiales en busca de sustento.
En contraparte, a las hambrunas los grupos sociales responden con la protesta, la presión y la petición de mejor paga, derechos indígenas y espe-
ciales, más cultura, más expresión, ecología “sustentable”, seguridad y “más” educación. Las avenidas de las grandes ciudades, un espacio públi-
co ahora privatizado por el automóvil, a veces son tomadas por asalto sólo para lograr que la televisión transmita esas consignas a la audiencia.
Son movimientos de reacción y pánico producidos por la rueda neoliberal que aplasta al mundo. Por el momento, la autocensura no permite
plantear un cambio de rumbo a la historia y dar noticias sobre la pregunta que muchos se hacen pero temen expresar:
¿cómo fue posible que, después de las guerras por la libertad en la Revolución Francesa de 1789, en la Comuna de 1871 y la Revolución Obrera
de 1917, las fuerzas del trabajo hayan sucumbido ante el capital planetario?
No lo olvidemos: la respuesta está en la historia, la gran maestra de la libertad. Retomemos su recuerdo para vencer la amnesia ideológica y co-
brar autoconciencia. El pueblo que no tiene memoria de su vida no conoce su existencia y, por consiguiente, no puede proponerse fines propios.
Sólo archiva fechas, mitos y caudillos. Busca conductores y tutelas en lugar de ejercer su soberanía.