Page 7 - Necronomicon
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Aunque aborrecía el materialismo en su sentido comercial, el culto americano al dinero y al
                  éxito,   tuvo   el  raro   orgullo   de   considerarse   a   si   mismo   como   descendiente   de   los
                  racionalistas del siglo XVIII. En su época escolar, sus pasatiempos preferidos fueron la
                  química y la astronomía; aún adolescente, ya escribía una columna de astronomía en un
                  periódico local. Podría creerse que las especulaciones del Profesor Lowell sobre los canales
                  de Marte estaban destinados a atraer la atención del joven Lovecraft, pero las rechazó como
                  producto de una mente quimérica. La misma actitud adoptó con respecto al espiritismo, y
                  en febrero de 1929 escribió una carta a Frank Belnap: "Una palabra sobre la estúpida
                  tentativa de los espiritistas para razonar que la naturaleza no sólida... de la materia, como
                  recientemente se ha probado (por los físicos atómicos) indica la realidad de su mítica "alma
                  de la materia" o "ectoplasma", y hace de la inmortalidad una idea menos absurda de lo que
                  era antes...".

                  Sigue entonces argumentando que, aun consistiendo la materia en partículas cargadas
                  eléctricamente, esto no prueba que sea de naturaleza espiritual.

                  La   actitud   de   Lovecraft,   dijo   Derleth,   en   conjunto   estaba   más   cerca   de   la   de   su
                  contemporáneo Charles Fort, el hombre que se sentía satisfecho coleccionando recortes de
                  prensa sobre sucesos inexplicables, como lluvias de ranas vivas. Lo mismo que Fort,
                  Lovecraft creía que la ciencia contemporánea es demasiado estrecha. En realidad, Lovecraft
                  admiraba el Book of the Damned de Fort. Pero por lo que Derleth sabía, Lovecraft y Fort
                  nunca se conocieron ni mantuvieron correspondencia (Sprague de Camp no está tan seguro
                  de esto. Cree muy posible que Lovecraft fuese presentado a Fort en una de sus muchas
                  visitas a Nueva York o durante el tiempo en que vivió allí).

                  Evidentemente, Derleth conocía el tema mucho más que yo. Y así, con cierta desgana, fui
                  abandonando la idea que había querido presentar en The Occult de que la mitología de
                  Lovecraft se basaba en su conocimiento de la tradición mágica occidental. Todavía dos
                  años más tarde volví a pensar sobre ello en ocasión de haber leído la traducción inglesa de
                  Le Matin des Magiciens de Louis Pauwels y Jacques Bergier. Básicamente, este libro es
                  una ampliación de la tesis de Fort acerca de la estrechez de miras de la ciencia, y deduce su
                  evidencia de la literatura sobre los OVNI, la investigación paranormal y las ciencias
                  marginales. Pero los autores presentan, asimismo, una interesante teoría de que ciertos
                  escritores imaginativos, como Lovecraft y Arthur Machen, "imaginaron" cosas que más
                  tarde se descubrió que eran ciertas. Machen escribió a su traductor francés Toulet: "Cuando
                  estaba escribiendo Pan y The White Powder no creía que pudiesen ocurrir cosas tan
                  extrañas en la vida real, ni siquiera que alguna vez hubiesen ocurrido. Desde entonces, y
                  hasta hace muy poco, he tenido ciertas experiencias en mi propia vida que han cambiado
                  totalmente   mis   puntos   de   vista   sobre   el   particular...   De   ahora   en   adelante   estoy
                  absolutamente convencido de que nada es imposible en esta Tierra". Pues bien, este pasaje
                  es de excepcional interés porque menciona las dos narraciones que más admiró Lovecraft.
                  En realidad, The Novel of the White Powder casi parece ser puro Lovecraft. Trata sobre un
                  hombre que, accidentalmente se administra una extraña sustancia usada por brujas en
                  tiempos anteriores para sus transformaciones. Hacia el final del relato, el hombre queda
                  transformado en "una oscura y pútrida masa, hormigueante y corrupta: una repugnante
                  podredumbre que no era sólida ni líquida, pero que iba fundiéndose y cambiando delante de
                  nuestros ojos... Y en medio de ella, brillaban dos puntos ardientes parecidos a ojos..."



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