Page 10 - Necronomicon
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Por tanto, todo esto ahondó mi convicción de que a pesar de su beligerante racionalismo,
                  Lovecraft sabía  bastante más de lo que suponía Derleth sobre la tradición mágica. Y en
                  1976,   esta   convicción   empezó   a   tomar   forma   definida   cuando   tuve   noticia   de   las
                  investigaciones de Robert Turner, jefe de la Orden mágica de la Piedra Cúbica, y devoto de
                  las obras de Lovecraft.

                  Pero antes de hablar de la búsqueda del Necronomicon original, es preferible explicar cómo
                  llegué a estar involucrado en el relato de Lovecraft y poder, entonces, analizar más de cerca
                  su personalidad. Me encontré por primera vez con la obra de Lovecraft en el verano de
                  1959, cuando me hallaba con mi esposa en la granja de un viejo amigo, Mark Helfer. El
                  escenario era apropiado: la granja no está lejos del Castillo de Corfe, donde el joven Rey
                  Eduardo fue asesinado por su madrastra en 978. Se cree que las ruinas están encantadas por
                  una mujer sin cabeza, aunque nadie está seguro de su identidad. La casa de la granja de
                  Mark Helfer data de algunos siglos atrás, y sus paredes tienen un espesor de varios pies. Por
                  tanto, el lugar es más bien frío. En nuestro dormitorio descubrí un ejemplar de The Outsider
                  and Others, encuadernado en negro y con un papel tan pobre que tenía los bordes raídos y
                  amarillentos. El título me interesó porque mi primer libro había sido The Outsider. Leí gran
                  parte de él antes de abandonar la granja al día siguiente. Me impresionó la originalidad de
                  Lovecraft. El "tono" era tan característico como el de Poe, Machen o M.R. James, pero el
                  estilo me pareció de aficionado. El lenguaje de Lovecraft carecía de sensibilidad.


                  Aquel día, yendo hacia North Devon, empecé a hablar a Joy sobre Lovecraft y toda
                  tradición   de   relatos  de   terror.   Me   parecía   muy  claro   que   Lovecraft   era   uno   de  mis
                  "Marginados", un romántico que encontró intolerable el mundo real. En The Outsider evité
                  deliberadamente escribir sobre fantasiosos, cuya relación con el mundo real es más o menos
                  negativa, y me centré en hombres como Dostoievski, Van Gogh, Nietzsche y Gurdjieff,
                  todos ellos hombres que abrigaban la idea de que debería hacerse algo con la futilidad y
                  trivialidad de la existencia humana. Los fantasiosos dan simplemente la espalda a la
                  realidad, esperando que así desaparezca. Por esto no alcanzarán nunca la grandeza moral de
                  Tolstoi o Dostoievski. Como resultado de la lectura de Lovecraft, pensé que las fantasías
                  habían aportado una contribución importante a este problema de la "trivialidad cotidiana" y
                  que merecería la pena escribir una continuación de The Outsider que tratara sobre el
                  particular. En este viaje desde el Castillo de Corfe hasta North Devon esbocé por completo
                  The Strength of Dream. El libro empezaba con un estudio sobre Lovecraft, el cual ocupa un
                  lugar central en el argumento.


                  El   año   siguiente   hice   un   viaje   a  América   bajo   los   auspicios   del   Instituto   de  Artes
                  Contemporáneas de Washington. Hasta entonces había tenido dificultades en obtener libros
                  y discos americanos, ya que debía pagarlos en libras esterlinas, por lo que decidí gastar
                  algunas de las ganancias de mis conferencias en autores y compositores que durante tanto
                  tiempo había codiciado. Tan pronto como llegué a Nueva York me dirigí a la librería más
                  cercana, examiné el catálogo para ver qué obras de Lovecraft estaban impresas, y las pedí
                  todas. En la sección de libros del New York Times apareció una interviu que se me hizo.
                  August Derleth, que dirigía Arkham House Publishers, me escribió a Washington. Me
                  indicó que deberíamos conocernos, lo cual me fue imposible en aquel viaje pero, al menos,
                  iniciamos una correspondencia que se prolongó hasta su muerte. Algunas semanas más



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