Page 14 - Necronomicon
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nadie cuya mente no fuese completamente vulgar. Su padre murió loco, probablemente de
sífilis, cuando él tenía ocho años. El mismo Howard sólo era un niño nervioso y delicado,
infinitamente mimado por su madre. La relación con ella podría llamarse proustiana, y es
sorprendente que consiguiera evitar convertirse en homosexual.
Lovecraft era un lector obsesivo que pasó los primeros veintiún años de su vida en una
biblioteca. Y aquí, supongo, puedo al menos invocar una similitud de circunstancias, ya que
también nací en una ciudad de provincias y estropeé mis ojos a la edad de doce años
leyendo durante diez horas al día. Aún puedo recordar con toda claridad aquella extraña
sensación de desconexión con el mundo real, la sensación de que la vida es una especie de
sueño o ilusión. Para la mente juvenil que se ha nutrido con ellos, los libros parecen
convertir de alguna manera en superfluos los acontecimientos reales, como si fuesen una
imitación de una realidad más apasionante. Y el contacto con el mundo cotidiano sólo
produce resentimientos, de ahí la creencia de Axel de que la vida debería ser vivida por
nuestros criados.
Pero la realidad se niega a tolerar a los soñadores románticos: parece complacerse en
zarandearlos hasta que sus dientes rechinan. Y esto es el motivo que el rechazo que del
mundo del romántico se convierta en un furioso resentimiento. Sospecho que algunos de los
románticos del siglo XIX se suicidaron a causa del resentimiento, de un deseo de "devolver
a Dios su tiquet de entrada". Pero el rechazo de Lovecraft nunca fue tan sano como el de
Nietzsche o Dostoievski. Para agitar el puño ante Dios, como el Manfred de Byron, es
necesaria una cierta confianza en uno mismo que proviene de una buena salud física y de
un convencimiento de superioridad. Pero la salud de Lovecraft era pobre: estuvo semanas
enteras en un estado de "fatiga y letargo mortales" durante los cuales "el gran esfuerzo de
incorporarme es insoportable". "Sólo estoy medio vivo, una gran parte de mi energía se
consume en incorporarme o andar. Mi sistema nervioso es una ruina hecha pedazos y estoy
totalmente aburrido y decaído, excepto cuando encuentro algo que me interese
particularmente". A Lovecraft no solamente le faltaba la confianza que proviene de la salud:
también le faltaba la confianza que se deriva de la posición social y la buena educación. Su
salud, y quizá su desagrado por el estudio organizado, le impidió asistir a la Universidad
Brown.
Peor aún, le faltaba alguien a quien admirar entre sus contemporáneos. La América de los
años próximos a 1910 era algo así como un desierto cultural. ¿Quién lee actualmente a
Ellen Glasgow, a Edith Warton o a William Dean Howells? ¿O incluso a H.L. Mencken? En
Inglaterra había la generación de Shaw, Wells y Chesterton, que era de esperar que no
gustasen a Lovecraft. Prefería a Poe, a Arthur Machen y, más tarde, a Lord Dunsay. Pero
ninguno de los tres era realmente bastante bueno para ser imitado. Lo peor de Poe es
embarazosamente malo, e incluso lo mejor es demasiado prolijo. Y un escritor joven
necesita de modo apremiante a alguien a quien admirar e imitar, ya que está aprendiendo a
crear su propio estilo. En su forma de escapar del estado de crisálida de la adolescencia.
Lovecraft imitó a Poe, pero era lo suficientemente buen crítico para saber que el resultado
era insípidamente malo. "St. John es un cadáver mutilado. Yo sólo sé por qué, y tal es mi
conocimiento de ello que estoy a punto de ver apagarse mi cerebro por miedo a ser
despedazado de la misma forma. Los corredores oscuros y sin fin de la fantasía ancestral
barren la negra y amorfa Némesis que me lleva a la autoaniquilación". Este atroz fragmento
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