Page 65 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Capítulo I








           Soy  ginebrino  de  nacimiento,  y  mi  familia  es  una  de  las  más  distinguidas  de  esta
           república. Mis antepasados fueron durante muchos años consejeros y síndicos, y mi
           padre  ocupó  diversos  cargos  públicos  con  honor  y  reputación.  Fue  respetado  por
           todos  los  que  le  conocieron  por  su  integridad  e  infatigable  atención  a  los  asuntos

           públicos. Pasó su juventud constantemente ocupado en asuntos de su país; diversas
           circunstancias le impidieron casarse a su debido tiempo, y no se convirtió en esposo y
           padre de familia hasta que no llegó el ocaso de su vida.
               Dado que las circunstancias de su matrimonio evidencian su carácter, no puedo

           por menos de relatarlas. Uno de mis más íntimos amigos era un comerciante que,
           desde una posición floreciente, cayó, debido a numerosos infortunios, en la miseria.
           Este hombre, que se llamaba Beaufort, era de carácter orgulloso e inflexible, y no
           podía soportar vivir en la pobreza y el olvido en el mismo lugar donde antes se había

           distinguido por su categoría y magnificencia. De modo que una vez pagadas todas sus
           deudas,  se  retiró  con  su  hija  a  la  ciudad  de  Lucerna,  donde  vivió  ignorado  en  la
           mayor indigencia. Mi padre quería a Beaufort entrañablemente y le entristeció mucho
           su  desaparición  en  tan  infortunadas  circunstancias.  Lamentó  amargamente  el  falso

           orgullo que había impulsado a su amigo a adoptar una conducta tan poco digna del
           afecto que les unía. Sin perder tiempo, comenzó a indagar sobre su paradero, con la
           esperanza de convencerle para que iniciase una nueva vida, con su ayuda y su crédito.
               Beaufort  había  tomado  medidas  eficaces  para  ocultarse,  y  transcurrieron  diez

           meses  antes  de  que  mi  padre  averiguase  dónde  vivía.  Alborozado  ante  tal
           descubrimiento, corrió apresuradamente a la casa que le habían indicado, situada en
           una humilde casa próxima al Reuss. Pero cuando entró, solo le acogieron la miseria y
           la  desesperación.  Beaufort  había  salvado  del  desastre  una  suma  muy  pequeña  de

           dinero, aunque suficiente para subsistir unos meses; entretanto, esperaba encontrarse
           algún  honroso  empleo  en  casa  de  un  comerciante.  Así  que  pasó  esta  época  en  la
           inacción; pero su aflicción se fue haciendo más honda y dolorosa al tener tiempo para
           reflexionar, y al final se apoderó de su espíritu de tal modo que al cabo de tres meses

           cayó enfermo, sin posibilidad de realizar ningún esfuerzo.
               Su hija le atendía con la mayor ternura, pero veía con desesperación cómo sus
           pequeños ahorros disminuían rápidamente, y que no había ninguna otra perspectiva
           de apoyo. Sin embargo, Caroline Beaufort poseía un espíritu de temple poco común,

           y  su  ánimo  vino  a  sostenerla  en  la  adversidad.  Se  procuró  un  trabajo  sencillo:
           trenzaba  paja;  y  por  diversos  medios  de  este  género,  conseguía  ganar  apenas  lo
           suficiente para seguir viviendo.
               De esta manera transcurrieron varios meses. El padre empeoró; ella se consagró

           aún más a cuidarle, lo que hizo disminuir sus medios de subsistencia; y a los diez


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